Batalla de San Jacinto, Batalla de San Jacinto, ¿cómo fue?

Pablo Emilio Barreto Pérez

Este escrito es parte de mi libro: Tipitapa, suelo cubierto por Historia Nacional, escrito y publicado en 2002.

Con descaro singular, creyéndose mesías nazi fascista adelantado, Walker se ufana en uno de sus escritos de haber venido a Centroamérica a abolir el decreto que abolía (cancelaba) la esclavitud en América Central por parte de la Asamblea Federal Constituyente en 1824, es decir, más de 30 años antes de su nefasta presencia en Nicaragua.

El decreto de abolición de la esclavitud se produjo tres años después de la proclamación formal de la Independencia el 15 de septiembre de 1821, en la Ciudad de Guatemala, la que fungió como Capital del Reino por más de 300 años.

En la práctica, el imperio esclavista perseguía apoderarse de territorios fértiles, con abundancia de oro, plata, madera, recursos pesqueros, etc., destinados a las arcas personales de los esclavistas del sur de Estados Unidos.

Esas ideas eran las que dominaban entre los esclavistas y sus filibusteros, jefeados por el Comodoro Cornelius Vanderbilt y William Walker y respaldados disimuladamente por el gobierno de Estados Unidos.

Esos mercenarios, hampones y asaltantes  de países que no son los suyos, fueron contratados por los «democráticos» (liberales) para combatir y derrocar al gobierno, a los «legitimistas» (conservadores).

Es larguísimo contar toda esta historia, pero como es sabido en Nicaragua, estos filibusteros yanquis, representantes genuinos del expansionismo esclavista de Estados Unidos en 1852-1856, mataron a centenares de nicaragüenses, quemaron y saquearon Granada, provocaron terror en Rivas, en Belén, en Masaya, en Managua… !y llegaron a Tipitapa el 14 de septiembre de 1856, particularmente a la Hacienda San Jacinto, donde fueron derrotados por un grupo de patriotas nicaragüenses, jefeados por José Dolores Estrada.

William Walker y su pandilla hicieron cuatro intentos por tomarse definitivamente a Centroamérica y en particular Nicaragua, especialmente Nicaragua, porque nuestro país les permitiría el paso libre del Atlántico al Pacífico por el Río San Juan, con el fin de ir en busca de oro a California, territorio dentro de Estados Unidos, pero muy distante entre Nueva York (Este) y California (Oeste).

Estrada: ejemplo de patriotismo

Al momento de estos hechos, José Dolores Estrada («legitimista» o conservador) tenía 64 años. Estando muy joven había participado en las rebeliones populares en contra de los españoles en las ciudades de Granada, León y Masaya. Era originario de Nandaime, Granada, donde nació y falleció cuando labraba la tierra.

Sobre esta lucha, Estrada escribió una carta en octubre de 1860 (cuatro años después de la Batalla de San Jacinto), en la cual se ve claro su comportamiento en torno a la defensa de la patria amenazada por los filibusteros esclavistas:

«Llamados por el Supremo Gobierno para ponerme al mando de vosotros, pudieran haberme excusado por mi avanzada edad e invalidez; pero, comprendiendo lo grave del peligro con que está amenazada por los filibusteros nuestra Independencia, me consideraría criminal si no tomase en su defensa, para lo cual me siento con el vigor y la fuerza de un joven.

A tan perentorio llamamiento del Supremo Gobierno, en nombre de la patria, no podíamos menos que correr presurosos a empuñar el arma; debemos, pues, estar listos para ocurrir a donde nos llame el peligro; acaso a nosotros esté reservada la dicha de dar principio a la campaña y quemar las primeras cebas contra esos salvajes blancos, oprobio de la civilización. Nuestros compañeros de armas de Occidente, Septentrión y Mediodía, se preparan también para tan gloriosa lucha, y pronto celebraremos unidos el triunfo de la Patria.

Soldados: espero seréis fieles a la causa que vamos a sostener; ella es santa, como que consiste en la defensa de nuestra religión, de nuestras instituciones y del honor y bienestar de nuestras familias. Por desgracia carezco de conocimientos en el arte de la guerra; pero tengo un corazón que es todo de mi patria, y resuelto estoy a sacrificarle en sus sacrosantas aras.

En los riesgos y penalidades de la guerra, siempre estará con vosotros y por vosotros vuestro compañero y amigo».

     José Dolores Estrada

     Comandante de la Fuerza Expedicionaria».

Con esta carta, José Dolores Estrada quedó estampado en la Historia de Nicaragua como el antecesor glorioso de Benjamín Zeledón Rodríguez y de Augusto César Sandino, los tres combatiendo al mismo enemigo yanqui en tres épocas distintas y por las mismas causas.

Hago esta explicación amplia, porque debido a este acontecimiento histórico de la Guerra Nacional, en el país el nombre de Tipitapa vuelve a ser sonado en la Historia de Nicaragua.

Los filibusteros estaban causando pánico y tropelías en distintos puntos de Nicaragua, especialmente en Granada, Rivas, Masaya y la misma Managua.

Al comprobar y convencerse de los planes de conquista de los filibusteros, los «democráticos» (liberales) rectifican, se produce el 12 de septiembre de 1856 el «Pacto de los Partidos», es decir, entre «legitimistas» y «democráticos», para combatir y expulsar a los filibusteros del territorio nacional.

El resto de países centroamericanos ven también el peligro y deciden, igualmente, lanzarse al combate frontal para expulsar a los filibusteros.

Filibusteros en Tipitapa

Con descaro singular, William Walker hizo su plan de elecciones, se autonombró «presidente» de Nicaragua y de El Salvador y de paso «destituyó» al presidente nicaragüense Patricio Rivas.

Así estaba el polvorín político nacional, cuando el 13 de septiembre de 1856, en la noche, un grupo de casi 300 hombres, bien armados, al mando de Byron Cole, jefe militar filibustero, merodeaban sigilosa y clandestinamente en los alrededores de la Tipitapa de fincas ganaderas y un caserío de campesinos trabajadores de los finqueros- propietarios, entre ellos don Miguel Bolaños, propietario de la Hacienda San Jacinto.

Enterados de la presencia de los filibusteros en Managua, el mando militar supremo de los «legitimistas» y «democráticos» habían tomado la decisión de movilizar al entonces coronel José Dolores Estrada desde el Regimiento Militar de Matagalpa hacia la Hacienda San Jacinto.

Según entendidos en artes militares, ese movimiento militar se había hecho en prevención de que los filibusteros podían tomar ese rumbo hacia Matagalpa o Estelí y se pretendía detenerlos, ofrecerles combate y si era posible, derrotarlos en este sector, situado geográficamente al norte de Managua y de la misma Tipitapa, al pie Oeste del Cerro San Jacinto, el cual es como el inicio de la Meseta de Estrada, donde están también ubicadas las Mesas de Acicaya, hacia el norte, por donde es  hoy la Comarca de Las Maderas.

Hay algunos autores que aseguran que José Dolores Estrada había recibido la orden de ofrecer combate a los filibusteros sólo si era irremediable

San Jacinto era una de las Haciendas ganaderas más conocidas del sector de Tipitapa. Esta Hacienda está situada en un sector plano, en un llano amplio, entre en el Cerro de San Jacinto y el Lago de Managua.

Al llegar a ella, Estrada en forma precipitada ordenó atrincheramiento con piedras alrededor de la Casa-Hacienda, entonces rodeada de bosquecitos en el llano o valle Oeste y Suroeste del Cerro San Jacinto.

En este sector abundaban (y abundan) las piedras lisas de todo tamaño, parecidas a las de ríos, por la cercanía inmediata al Cerro San Jacinto, donde hay por miles o millones en sus faldas de los cuatro costados.

Terminada esta Batalla, de trascendencia histórica nacional y centroamericana, José Dolores Estrada escribió un informe breve dirigido a su jefe superior, Fernando Chamorro:

«Antes de rayar el alba se me presentó el enemigo, no ya como el 5 memorable, sino en número de más de 200 hombres y con las prevenciones para darme esforzado  y decisivo ataque. En efecto, empeñaron todas sus fuerzas sobre nuestra ala izquierda, desplegando al mismo tiempo, guerrillas que atacaban nuestro frente, y logran, no a poca costa, ocupar el punto del corral que cubría nuestro flanco, merced a la muerte del heroico oficial don Ignacio Jarquín, que supo sostener su puesto con honor hasta perder la vida, peleando pecho a pecho con el enemigo. Esta pérdida nos produjo otras, porque nuestras fuerzas eran batidas ya muy en blanco, por la superioridad del terreno que ocupaba el enemigo, quien hacía fuegos en firme y sostenido, pero observando y esto y lo imposible que se hacía recobrar el punto perdido, atacándolo de frente, porque no había guerrilla que pudiera penetrar en tal multitud de balas, ordené que el capitán graduado, don Liberato Cisne, con el teniente José Ciero, subteniente don Juan Fonseca y sus escuadras, salieran a flanquearlos por la izquierda, como acostumbrados y valientes, les hicieron una carga formidable, haciendo desalojar al enemigo que despavorido y lleno de terror, salió en carrera, después de 4 horas de fuego vivo y tan reñido, que ha hecho resaltar el valor y denuedo de nuestros oficiales y soldados que nada han dejado de desear.

A la sombra del humo hicieron su fuga, que se las hizo más veloz el siempre distinguido capitán don Bartolomé Sandoval, que con el recomendable teniente don Miguel Vélez y otros infantes, los persiguieron montados en las mismas bestias que les habían avanzado, hasta de aquel lado de San Ildefonso, más de cuatro leguas distantes de este cantón. En el camino se les hicieron nueve muertos, fuera de diez y ocho que aquí dejaron, de suerte que la pérdida de ellos ha sido de 27 muertos, fuera de heridos, según las huellas de sangre que por varias direcciones se han observado.

Se les tomaron, además, 20 bestias, entre ellas algunas bien aperadas, y otras muertas que quedaron; 25 pistolas de cilindro y hasta ahora se han recogido 32 rifles, 47 paradas, fuera de buenas chamarras de color, una buena capa, sombreros, gorras y varios papeles que se remiten. En la lista que le incluyo, constan los muertos y heridos que tuvimos, sobre lo que daré un parte circunstanciado cuando mejor se haya registrado el campo. Sin embargo, de la recomendación general que todos merecen, debo hacer especialmente del Capitán graduado don Liberato Cisne, Teniente José Ciero, la de don Miguel Vélez, don Alejandro Eva, don Adán Solís y don Manuel Marenco, que aún después de herido , permaneció en su punto, sosteniéndolo; y la del Subteniente don Juan Fonseca y Sargentos primeros  Macedonio García, Francisco Estrada, Vicente Vijil, Catarino Rodríguez y Manuel Paredes, Cabos Primeros, Julián Artola y Faustino Salmerón, y soldados Basilio Lezama y Espidión Galeano.

Se hizo igualmente muy recomendable el muy valiente Sargento Primero Andrés Castro, quien por faltarle fuego a su carabina, botó a pedradas a un americano que de atrevido se saltó la trinchera para recibir su muerte.

Yo me congratulo al participar al Sr. General, el triunfo adquirido este día sobre los aventureros: y felicito por su medio al Supremo Gobierno por el nuevo lustre de sus armas triunfadoras, J.D. Estrada».

Movimiento envolvente

Jorge Eduardo Arellano en su Historia Básica de Nicaragua, volumen 2, sostiene en torno a la Batalla de San Jacinto:

«En términos militares, la Batalla de San Jacinto consistió en un ataque de penetración de los filibusteros –al mando de Byron Cole, firmante del contrato que trajo a Walker y su falange de mercenarios– sin tratar de envolver ni rebasar al contrario, que sólo resistían.

El ataque tuvo dos momentos: el primero de tanteo, por las tres columnas –dirigidas por O’Neill, Watkins y Milligan–; y luego de esfuerzo por el punto vulnerable: la trinchera del lado izquierdo de los defensores. Estos se organizaron también en tres grupos, aprovechando las características del sitio, rechazando tres veces la embestida; pero, penetrados en el cuarto asalto, Estrada concibió un efectivo movimiento envolvente enviando a Cisne, Siero y Fonseca con 17 hombres, detrás de la Casa Hacienda, para atacar sorpresivamente por el Este».

El mismo Walker reconocería después que la retirada de sus compinches fue irregular y desordenada al ser derrotados en San Jacinto, lo cual permitió, inclusive, que fuese capturado en la Hacienda San Ildefonso y colgado de un árbol Byron Cole, el jefe de la agrupación armada de los filibusteros en la Batalla de San Jacinto, lo cual ocurrió un poco al norte de la Hacienda San Jacinto según contaron los soldados que lo capturaron mientras iba «en guinda», presuntamente buscando el norte.

Un informe escrito en Rivas por Alejandro Eva, el 21 de agosto de 1889 y publicado en el Diario Nicaragüense (Granada) el 14 de septiembre de 1890, dice textualmente lo siguiente:

«En los primeros días del mes de septiembre de 1856, una columna de 160 hombres, pésimamente armados con fusiles antiguos de peine, hambrientos, casi desnudos, al mando del coronel don José Dolores Estrada, ocupaban la Hacienda San Jacinto, de don Miguel Bolaños, en el Departamento de Granada, con objeto de proporcionarse víveres y descansar de las fatigas de una ruda campaña.

Esta pequeña fuerza estaba dividida en tres compañías ligeras comandadas por los capitanes Cisne, Francisco Sacasa y Francisco de Dios Avilés.

La casa de la hacienda era grande, de tejas y con dos corredores, estaba ubicada en el centro de un extensísimo llano, y solamente a retaguardia de la casa, como a 100 varas. había un pequeño bosquecillo.

Inmediatamente se puso la casa en estado de defensa, claraboyando las paredes del lado de los corredores y con la madera de los dos corrales que se desbarataron  formamos un círculo de trincheras.

Tres días después  de nuestra llegada, 60 jinetes yanquis de las mejores fuerzas del audaz y el aventurero William Walker, se acercaron  a practicar un reconocimiento  del cual  resultó una pequeña escaramuza, en que murió un cabo, Justo Rocha, de los nuestros y un filibustero, el mismo que mató a éste, y que según confiesa Walker  en su «Guerra en Nicaragua», fue el capitán Jarvis.

Al amanecer del 14 de septiembre tomábamos un frugal desayuno, cuando Salmerón, un espía nuestro, llegó a escape (corriendo) al campamento participando que el enemigo, en número de 300 hombres, se aproximaba por el Sur.

En el acto  el Coronel Estrada dispuso que solamente  quedase en el interior de la casa una escuadra que comandaba el teniente Miguel Vélez, y que el resto de la tropa ocupase la línea exterior. Se hizo así, y en esa disposición  esperamos, con orden de no hacer fuego  sino hasta que los agresores estuviesen a tiro de pistola.

A las 7:00 a.m. divisamos al enemigo como a 2 mil varas de distancia; marchaba a discreción y no traía cabalgaduras. Los jefes y oficiales vestían de paisano: levita, pantalón, chaleco, y sombreros negros; algunos portaban espada y revólver y otros rifles; y la tropa iba uniformada con pantalón y camisa de lana negros, sombreros del mismo color e iban armados  de rifles «sharp» y «negritos»: hicieron alto a tiro de fusil y se destacaron  en tres columnas paralelas de 100 hombres cada una.

Cuando estuvieron  a una distancia conveniente, rompimos el fuego. Al recibir la descarga, en vez de vacilar se lanzaron impetuosamente  sobre las trincheras: una columna atacó de frente, otra por la izquierda y la última por la derecha. Todas fueron rechazadas por tres veces; y hasta el cuarto asalto no lograron apoderarse de la trinchera por el lado izquierdo, cuando el valiente oficial Jarquín y toda la escuadra que defendía  ese punto tan importante, hacían un nutrido y certero fuego  sobre el resto de las líneas.

Cortados de esta manera, teníamos que comunicarnos las órdenes a gritos. El infrascrito, con los Tenientes don Miguel Vélez y don Adán Solís, defendían el ala derecha; y yo como primer Teniente recibí la orden de defender el punto, hasta morir, si era necesario.

Mis compañeros se batían con admirable sangre fría.

Los yanquis multiplicaban los asaltos pero tuvimos la fortuna de rechazarlos siempre.

Uno de ellos logró subir a la trinchera y allí fue muerto  por el intrépido oficial Solís.

Eran ya las 10:00 a.m. y el fuego seguía vivísimo.

Los americanos, desalentados sin duda por lo infructuoso de sus ataques, se retiraron momentáneamente y se unieron a las 3 columnas; pero pocos momentos después al grito de !Hurra Walker¡ se lanzaron  con ímpetu sobre el punto disputado.

Se trabó una lucha terrible, se peleaba con ardor por ambas partes, cuerpo a cuerpo.

Desesperábamos ya de vencer a aquellos hombres tenaces, cuando el grito de !Viva Martínez¡, dado por una voz muy conocida de nosotros, nos reanimó súbitamente.

El Coronel Estrada, comprendiendo la gravedad de nuestra situación, mandó al Capitán Bartolo Sandoval, nombrado  ese segundo día, jefe en el lugar del Teniente Coronel Patricio Centeno, que procurase atacar a los yanquis por la retaguardia.

Este bizarro militar se puso a la cabeza de los valientes oficiales Siero y Estrada y 17 individuos de la tropa, saltó la trinchera por detrás de la casa, logró colocarse a retaguardia de los asaltantes; les hizo una descarga y lanzando con su potente voz los gritos de !Viva Martínez¡ !Viva Nicaragua¡, cargó a la bayoneta con arrojo admirable.

Los bravos soldados del bucanero del norte retrocedieron espantados y se pusieron en desordenada fuga.

Nosotros, llevando a la cabeza al intrépido Coronel Estrada, que montó el caballo de Salmerón, único que había, perseguimos al enemigo 4 leguas hasta la Hacienda «San Ildefonso».

Allí mató Salmerón con su cutacha al jefe de los americanos Coronel Byron Cole y lo despojó de un rifle y dos pistolas.

Nuestra pequeña fuerza tuvo 28 bajas entre muertos y heridos; entre los primeros figuraban el Capitán don Francisco Sacasa y el Subteniente Jarquín, y entre los últimos, el ahora Coronel don Carlos Alegría.

Los filibusteros perdieron al Coronel Cole, al mayor cuyo apellido no recuerdo y que era el segundo jefe y 35 muertos más, 18 prisioneros, contándose entre ellos el cirujano y muchos heridos que después hallaron muertos en los campos inmediatos.

Tal fue el memorable combate que abatió  a los invasores y despertó loco entusiasmo  en el ejército que defendía la Independencia de Centroamérica. Rivas, agosto 21, 1889. Alejandro Vega».

En la Historia escrita por Gratus Halftermeyer Gómez confirma, según su investigación, que los filibusteros yanquis eran 300 mientras los combatientes nicaragüenses apenas ascendían a 160, incluido su jefe José Dolores Estrada.

El libro de Halftermeyer describe, de acuerdo con el informe oficial de José Dolores Estrada, que los 160 hombres se dividieron en tres compañías: una al mando del Capitán Liberato Cisne, una segunda al mando del Capitán Francisco Sacasa y la tercera jefeada por Francisco Dios Avilés.

Con alguna amplitud de detalles, la Historia de Halftermeyer confirma también que el Coronel Estrada ordenó fortificar apresuradamente la casa Hacienda San Jacinto, propiedad de Miguel Bolaños, con piedras sueltas acomodadas unas sobre otras.

Estas piedras eran abundantes en los alrededores de la casa Hacienda por las cercanías inmediatas del Cerro San Jacinto, en el cual se inicia la Meseta de Estrada, la cual fue llamada «Totumbla» hasta un poco después de 1,960.

Se señala que la noche anterior al ataque sorpresivo de los filibusteros, dirigidos en ese sitio por Byron Cole, el Coronel Estrada envió como espía al soldado Faustino Salmerón, quien, por supuesto, buscó la parte más alta del Cerro San Jacinto para cumplir con esa misión.

Desde la cúspide este Cerro San Jacinto uno puede ver lo que se mueve hacia el Sur, el Oeste y Noroeste, porque por el Este era imposible llegar hasta la Hacienda San Jacinto, a menos que los filibusteros llegaran subiendo los Cerros.

La tropa de 160 hombres patriotas, mal vestidos, casi descalzos, hambrientos, con armas de pésima calidad, sin un entrenamiento realmente profesional, «pero con el corazón lleno de patriotismo», según escribiría después José Dolores Estrada, estaban alertas a la orilla y encima de las trincheras improvisadas e ingiriendo un desayuno sencillo a las siete de la mañana…

De repente vieron que Faustino Salmerón salía sofocado de entre el bosque de las orilla del Cerro San Jacinto. «Ahí vienen los enemigos», comunicó a José Dolores Estrada y a toda la tropa, virtualmente fatigada por los trabajos de fortificación en la casa hacienda y porque tenían ya varios días de no dormir, desde que fueron movilizados del Regimiento de Matagalpa hacia Managua.

Sigilosamente se movieron hacia sitios por donde podían ver el acercamiento de los filibusteros asaltantes, enviados diabólicos de los capitalistas esclavistas del sur de Estados Unidos, cuyo gobierno les daba pleno apoyo diplomático, económico y militar.

Vieron a los filibusteros cuando estaban «a unas dos mil varas al sur» en el amplio valle, que se extiende hacia el Oeste y Noroeste a partir del comienzo de la Meseta de Estrada, cuya edificación geológica describe una especie de serpiente estacionaria hacia de sur a norte.

El momento ansiosa y nerviosamente esperado había llegado. Era un momento patrio decisivo en la Guerra Nacional contra la pandilla de asesinos filibusteros llegados de entre los blancos, rubios y odiosos esclavistas del sur de Estados Unidos, cuyos gobernantes ya para entonces desplegaban bandas de criminales para apoderarse de territorios ajenos como los centroamericanos.

Estrada no vaciló en desplegar a tres compañías de combatientes en el centro, al lado izquierdo y por el lado derecho, más un grupo ubicado dentro de la Casa Hacienda, todos con órdenes de combatir hasta morir defendiendo cada punto asignado en torno a la pequeña casa, la cual se supone estaba rodeada de chilamates, genízaros y matorrales.

José Dolores Estrada tenía 60 años. El mismo escribió posteriormente que no era un militar de carrera, «no he estudiado el arte militar», pero que llevaba dentro un ardiente patriotismo y ardor por la defensa de la patria ante la «amenaza rubia arrogante» y que la edad no era impedimento para tomar las armas en esa defensa patriótica, comportamiento humano crucial de Estrada en ese combate memorable, pues sus mismos soldados relataron posteriormente que en medio del peligro personalmente Estrada estaba combatiendo y animando a los soldados a luchar, morir si era preciso y con la decisión de vencer a los enemigos, no importando que fueran mucho más que ellos ni las mejores armas de fuego de los filibusteros yanquis.

Eso convencimiento patriótico, más la astucia militar, el sentido común de Estrada, fueron decisivos en la victoria de esta memorable Batalla de San Jacinto, registrada en la Historia Universal como una hazaña y el ejemplo de valientes decididos a vencer a los enemigos por muy fuertes que éstos sean.

La astucia de Estrada se puso a prueba cuando en medio del peligro mortal inminente manda a un grupo de jefes y 17 solados, jefeados por Bartolo Sandoval, para que sorprendan sigilosamente a los filibusteros por la retaguardia. Este ataque sorpresivo a los yanquis arrogantes, les produjo desconcierto total, pánico y descontrol absoluto, al extremo de que salieron huyendo hacia el sur, es decir, por donde habían llegado con la creencia de que se «comerían vivos» a los soldados descalzos, semidesnudos y hambrientos del Ejército Nacional.

En informes de los mismos soldados, escritos después de la Batalla, algunos de los soldados sobrevivientes señalan que este ataque sorpresivo por la retaguardia de los filibusteros, fue tan explosivo y escandaloso, que provocó una estampida de caballos, que supuestamente estaban amarrados entre los matorrales y árboles del norte de la Casa Hacienda San Jacinto.

Este tropel de numerosos caballos, aparentemente, hizo creer a los filibusteros, que además del fulminante ataque a balazos y cuchilladas por la retaguardia, se acercaba un supuesto refuerzo militar por ese lado de la Casa Hacienda San Jacinto, sitio bastante solitario en esa época, sólo lleno del ganado de Miguel Bolaños.

Los informes añaden que el mismo Faustino Salmerón, el espía, fue quien dio alcance al coronel yanqui Byron Cole, lo capturó, le colocó una soga al cuello y lo colgó de un árbol con la ayuda de varios compañeros, cuando ya se acercaban a la Hacienda San Ildefonso.

Otros relatos indican que Salmerón lo mató a Cole con los filazos de una cutacha. Lo confirmado es que Salmerón tuvo el honor de matar a este jefe de banda de asesinos filibusteros estadounidenses.

Este ocurrió cuando los filibusteros huían despavoridos por el amplio llano ya mencionado, donde dejaron regados muertos, heridos y capturados, según el informe del Coronel José Dolores Estrada.

En su informe oficial, Estrada hace mención de la acción heroica de Andrés Castro Estrada, quien ante la falta de municiones tomó una piedra y la estampó en la cabeza de uno de los yanquis cuando éste intentaba cruzar la hilera de piedras de la trinchera improvisada.

Andrés Castro, todos estos soldados y oficiales, especialmente José Dolores Estrada, se llenaron de gloria para siempre, porque no vacilaron en defender la patria en peligro por la invasión filibustera.

Más adelante me voy a referir a otros detalles de Andrés Castro y José Dolores Estrada.

En este librito hemos colocado dos informes breves, uno de Estrada y otro de Alejandro Eva, los cuales describen lo qué pasó en esta célebre Batalla de San Jacinto, las cuales publicamos aquí porque son parte de la Historia más importante de Tipitapa.

Me limito ahora a colocar nombres de algunos de los combatientes mencionados en los informes oficiales, pues al parecer nunca se elaboró una lista completa de los 160 combatientes de Batalla memorable de la nación nicaragüense, la cual puso a prueba su patriotismo en esos fatídicos días de 1856.

Combatientes rasos:

Basilio Lezama, Espirión Galeano.

Cabos: Julián Artola y Faustino Salmerón (el espía, el matador de Byron Cole).

Sargentos Primeros: Andrés Castro Estrada, Macedonio García, Francisco Estrada, Vicente Vigil, Francisco Gómez (quien murió de fatiga cuando corrían a pie en persecusión de los filibusteros yanquis).

Oficiales sin especificación de grados:

Ignacio Jarquín (muerto en la memorable Batalla), Salvador Bolaños, Venancio Saragoza, Abelardo Vega, Carlos Alegría y Juan Estrada.

Subtenientes:

Juan Fonseca.

Tenientes:

Miguel Vélez, Adán Solís, Alejandro Eva (escritor de uno de los informes sobre la Batalla), Manuel Marenco y José Siero.

Capitanes:

Liberato Cisne, Bartolo Sandoval (jefe del ataque por la retaguardia de los filibusteros), Francisco Sacasa y Francisco de Dios Avilés.

Teniente Coronel Patricio Centeno, uno de los jefes de la Batalla de San Jacinto. Era como el segundo al mando de José Dolores Estrada.

Y el propio José Dolores Estrada, quien después fue ascendido a General, jefe del Ejército y declarado Héroe Nacional de la patria que defendió sin vacilar.

Tanto Halftermeyer Gómez como Francisco Ortega Arancibia, autor de Historia de Nicaragua, describen que esos días de 1856 las Haciendas y negocios más conocidos de Tipitapa, eran, entre otras y otros: Zapotal, Sucesión Cabrera, San Cristóbal, Las Mercedes, Testamentaría de don Tomás Weelock, El Rodeo, El Hotelito, La Calera, Los Tercios, San Juan, San Roque, Pacora y San Jacinto, esta última de Miguel Bolaños.

¿Dónde quedó enterrado Andrés Castro Estrada?

Muy poco se escribió sobre estos Héroes de San Jacinto. En el caso de Andrés Castro Estrada se conoce que tenía 24 años cuando combatió en San Jacinto.

Castro Estrada era trigueño, bajo, delgado y agricultor. Sus padres, presuntamente originarios de Tipitapa, eran: Regino Castro y Javiera Estrada, cuyo destino no se conoce para nada porque casi nada se escribió sobre ellos.

En una revista leí hace tiempo que Regino Estrada se casó con una joven de Tipitapa llamada Gertrudis Pérez, con quien tuvo una hija llamada Anastasia, la cual presuntamente se fue a Costa Rica, de donde nunca retornó.

En el caso del propio Andrés Castro Estrada se ha dicho que murió asesinado en una cantina de Tipitapa. Presuntamente lo mataron por asuntos pasionales, lo cual no es confirmado.

Anduve buscando rastros de sus restos en el Cementerio local de Tipitapa, donde no encontré nada. Tampoco nadie me dio razón de si aparece o no en los registros de los muertos de Tipitapa.

Terminada la Guerra Nacional, José Dolores Estrada volvió a su tierra natal, Nandaime, donde se dedicó a cultivar la tierra, de la cual había salido para convertirse en combatiente por la defensa de la patria.

Murió cubierto de gloria. En su caso, sí se supo dón fue sepultado con honores civiles y militares. Posteriormente, sus restos fueron colocados en una cripta de la antigua Catedral de Managua, de donde fueron trasladados en 1999 a la Iglesia de Nandaime, Municipio de Granada.

Sin embargo, algunos ancianos de Ticuantepe aseguran que José Dolores Estrada murió abandonado y que su cadáver presuntamente fue enterrado en el cementerio de La Borgoña, lo cual, por supuesto, no es comprobado.

Se conoce que en la época del gobierno liberal de José Santos Zelaya se desbarató el puente de madera ya mencionado, para cruzar el Río Tipitapa, se y mandó a construir el actual de estructura de metal.

Este puente fue construído sobre basamentos de piedra cantera muy gruesa, en los extremos, mientras las piezas de metal permanecen aseguradas con pernos metálicos muy gruesos.

Por decenas de años, los pobladores de Tipitapa y de fuera han llamado a este paso metálico «puente del diablo», desconociéndose por qué motivos le pusieron ese apodo peligroso.

Tipitapa en el Siglo 20

Sin embargo, sobre Tipitapa prácticamente se sabe muy poco desde aquellos sucesos de 1856.

No se conoce, por ejemplo, cómo se fue desarrollando el poblado, pero los hombres y mujeres de más de 70 años, todavía vivos, sostienen que desde los primeros años del siglo 20 (de 1900 en adelante), siguieron funcionando lo que ellos identifican como las grandes Haciendas ganaderas, los potreros, los corrales para ganado, los chiquerones para cerdos, especies de granjas avícolas (para producción de gallinas, gallos de pelea, chompipes, pajarracos como loras, chocoyos, pavos…) las tiendones de familias de terratenientes, especialmente conservadoras. En esos primeros años del siglo 20, según los relatos de Carlos Guillermo Flores Sequeira, 82 años en el año 2001, en Tipitapa se producía una especie de «capital-centro del comercio» entre productores y pobladores de Estelí, Matagalpa, Sébaco, Chontales y Boaco, con habitantes de Managua, Masaya y Granada

Acerca de Pablo Emilio Barreto Pérez

Pablo Emilio Barreto Pérez es: *Orden Independencia Cultural Rubén Darío, *Orden Servidor de la Comunidad e Hijo Dilecto de Managua.
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