Pancho Ñato, Pancho Ñato, Pancho Ñato, personaje mítico de las leyendas de la Ciudad de León y sus alrededores

Pablo Emilio Barreto Pérez

Pancho Ñato, explicación indispensable


Francisco Juárez Mendoza, más conocido como Pancho Ñato en las leyendas populares campesinas de las comarcas aledañas a la Ciudad de León y en las Comarcas de los Municipios de León, Telica y Malpaisillo (todos pertenecientes al Departamento de León), precisamente aparece como parte de las leyendas leonesas y nicaragüenses, las cuales lo colocan como un personaje casi sobrenatural, pues se le ve convirtiéndose en chagüite, en manojo de guate, en muñecos; o haciéndose “humo” al huir o fugarse montado en sus veloces caballos blanco y  tordío, y todo esto para evadir a sus perseguidores o guardias nacionales somocistas, entre los años 1948 y 1952.

En esas leyendas muy poco se aporta o se conoce sobre quién era Pancho Ñato, y por qué motivos fue perseguido con tanta insistencia por un grupo de guardias nacionales acantonados en Telica, Malpaisillo y la propia Ciudad de León.

Pancho Ñato era hijo “natural” de mi abuelo Domingo Barreto Fonseca, propietario de varias fincas agropecuarias, situadas en las Comarcas de El Tololar, La Peineta, Zanjón de Santo Cristo, San Jacinto-Tizate (donde están los Hervidores de San Jacinto y donde ya se explota energía eléctrica geotérmica), El Apante y Bella Vista, todas pertenecientes al Municipio de Telica.

Yo empecé a conocer sobre Pancho Ñato cuando era un niño campesino, pues mi padre, Octavio Barreto Centeno, me contaba sobre él y cómo habían andado juntos en algunos momentos, y de cómo se conocía que era hijo “natural” de mi abuelo Domingo Barreto Fonseca.

Cuando yo doy el “salto” a trabajar como reportero o periodista de noticieros radiales de la Ciudad de León, en 1969 (siendo jovencito de 17 años), ya ando en libreta parte de la historia de Pancho Ñato, pues me la han confirmado numerosos personajes campesinos de Telica, San Jacinto, en las Comarcas de El Tololar y La Peineta, el profesor y sabio Miguel Zapata Dávila y la propia hija  de Pancho Ñato, Leyla María Donaire Juárez; y las hijas de ésta: Juana del Carmen, Ayra María, Johana, Careli y Heberto. Otro hijo de Leyla María Donaire Juárez es Evert, quien fue asesinado por la Guardia Nacional somocista durante la Insurrección Sandinista, en junio de 1979.

Juana del Carmen, Ayra María y Johana ya tienen a su vez varios hijos e hijas, todos los cuales son bisnietos de Pancho Ñato.

Como nací en León y crecí (niño, adolescente y jovencito) en estas comarcas y fincas mencionadas, me familiaricé con estas tierras maravillosas de León y Chinandega.

Al llegar yo a Managua, a la Redacción Central del Diario LA PRENSA, el 5 de mayo de 1970, por órdenes del doctor Pedro Joaquín  Chamorro Cardenal, director de este periódico antisomocista inclaudicable en esos años, escribí cuatro reportajes o reseñas históricas sobre Pancho Ñato, las cuales fueron publicadas en la primera página y en páginas interiores de este Diario, pues esta historia de que “Pancho Ñato, donde pone el ojo, pone la bala”, le encantó al licenciado Agustín Fuentes Sequeira, quien fungía como jefe de Redacción y Editor General de LA PRENSA.

Recuerdo que hasta hubo bromas de que los “Estudios Cinematográficos Churubusco” de México me andaban buscando para comprarme la Historia de Pancho Ñato.

Por falta de tiempo, por el trajinar cotidiano cada vez más apretado del periodismo en el Diario LA PRENSA y en Managua, no completé esta Historia de Pancho Ñato. Después vino la lucha insurreccional sandinista de 1978 y de 1979, más el Triunfo de la Revolución Popular Sandinista, el quehacer cotidiano del Diario BARRICADA, donde trabajé desde su fundación el 26 de julio de 1979 hasta su cierre el 21 de febrero de 1998.

En 1997 reinicié esta investigación sobre Pancho Ñato, y mientras hacía preguntas entre familiares y amigos, incluyendo mi padre Octavio Barreto Centeno, Julio “Julión” Barreto Fernández y la tía Fidelina Barreto, me surgió repentinamente la otra historia de que en familia se guardaba el secreto de que supuestamente Rigoberto López Pérez (ajusticiador del tirano Anastasio Somoza García) era hijo “natural” de Julio Barreto Fonseca, médico, hermano de mi abuelo Domingo Barreto Fonseca, padre de Pancho Ñato.

El asunto es que esta historia sobre la leyenda histórica de Pancho Ñato la terminé en los primeros meses de 1999. Uno de mis mayores esfuerzos estribó en encontrar el paradero de Leyla María Donaire Juárez, hija única de Pancho Ñato, todavía viva en la orilla de los Hervideros de San Jacinto. Finalmente, la encontré en las cercanías del Barrio El Calvario de León, donde laboraba como trabajadora doméstica.

Otro “trabón” en esta investigación sobre Pancho Ñato fue el de lograr acercarme a la viuda de Pancho Ñato, Angelina Donaire, ya muy anciana, y  que me autorizara hacerle unas fotos dentro de su casita humildísima, cuando echaba tortillas para su comida.

Doña Angelina Donaire no quiso hablar conmigo. Sólo permitió que le tomara las fotos, en 1999.  Un tercer “trabón” o contratiempo fue encontrar una foto de Pancho Ñato. Finalmente, la propia Leyla María Donaire Juárez me consiguió una ya muy vieja, descolorida, desenfocada, en la cual Pancho Ñato aparece con alguien desconocido.

Es la única foto que pude encontrar de Pancho Ñato. Las fotos de Leyla María, las de sus hijas y nietos y nietas, fueron hechas por mi hijo Pedro Pablo y yo, precisamente, en una de nuestras visitas a San Jacinto, en 1999. En estas fotografías se puede apreciar que casi todas y todos tienen  narices “ñatas”.

Me dolió mucho notar que esta familia vive en pobreza extrema en el caserío de San Jacinto, en la orilla de los Hervideros de San Jacinto. Juana del Carmen es la única que tiene un empleo regular, en Malpaisillo, porque es administradora. Una de sus hermanas tiene su casita en el lado Oeste, muy caluroso, de los Hervideros de San Jacinto.

Pancho Ñato es un libro pequeño. Es uno de mis libros todavía no impreso ni publicado, porque no cuento con los recursos financieros necesarios para ello. Tengo otros libros sin imprimir ni publicar: FETSALUD Heroica, Parrales Vallejos, Managua Vieja e Historia de la Central Sandinista de Trabajadores, para los cuales también solicito apoyo financiero.

Repito: Pancho Ñato es parte de las leyendas del Departamento de León y de Nicaragua. Pongo a disposición de familiares, amigos y ciudadanos de Nicaragua y del Mundo esta historia desconocida hasta hoy sobre un hombre campesino valiente, con un talento excepcional, enfrentado por necesidad al aparato represivo genocida del somocismo, jefeado por Anastasio Somoza García.

Pancho Ñato fue finalmente capturado a traición en Malpaisillo por la Guardia Nacional; otros 200 campesinos, acusados de ser cómplices de Pancho Ñato, por supuestos robos de ganado, fueron capturados inmediatamente y asesinados en el famoso Fortín de Acosasco o centro de torturas y asesinatos en la Ciudad de León

Esta historia, envuelta en leyendas fabulosas en la mentalidad popular de campesinos comarcales de las Comarcas periféricas de León, sigue viva. Su hija Leyla María está orgullosa y convencida a la vez de que Pancho Ñato, su padre, fue asesinado por la Guardia Nacional, mientras doña Jerónima Juárez, la madre de Francisco Juárez Mendoza, o “Pancho Ñato”, murió asegurando que su hijo había escapado de las garras de los guardias somocistas y de Anastasio Somoza García y que estaba en Honduras.

Pancho Ñato

Pablo Emilio Barreto Pérez

Pablo Emilio Barreto P.

Una leyenda nicaragüense leonesa, llamada Francisco Juárez Mendoza aterrorizó por varios años a guardias  genocidas, «jueces de mesta» y «orejas»  somocistas en los pueblos y comarcas cercanos al Este y Norte de León, metrópoli universitaria, tierra de Rubén Darío, de José de la Cruz Mena, Salomón de La Selva y de Tino López Guerra, en aquellos días de Héroes revolucionarios solitarios, previos a septiembre de 1956, cuando Rigoberto López Pérez ajusticia al tirano Anastasio Somoza García, iniciando con esa acción de colosal heroísmo histórico, “el principio del fin de la tiranía” somocista.

Aquel legendario hombrecito, de nariz ancha, moreno claro, pelo liso, amable, simpático,  «chilero», bien vestido, de popularidad inmensa, luciendo siempre gorra o sombrero, botas de vaquero, espuelas relucientes, rodeado siempre de gente  humilde donde llegaba, nombrado “Pancho Ñato”, posiblemente jamás oyó hablar de Rigoberto López Prez, a pesar de que al final ha quedado establecido que ambos eran primohermanos, originarios de León, uno habitante comarcal de El Hatillo y el otro, morador del Barrio leonés de El Calvario.

Pancho Ñato era mecánico, comerciante por necesidad, carpintero, albañil, agricultor y obrero agrícola alegre, de una Inteligencia casi «sobrenatural», valiente hasta extremos en  situaciones de peligro mortal, sin pretensiones  de ser una leyenda popular: pero el terror somocista de entonces, los  asesinatos oficiales, los despojos de tierras, las violaciones a las mujeres y la persecusión sistemática en contra suya, lo obligaron a tomar las armas, en forma solitaria, para defenderse de la posibilidad de que lo mataran.

Eran los años de 1948 a 1952, en que la tiranía somocista, jefeada por el fundador de «La Estirpe Sangrienta: los Somoza», mantenía ahogada la lucha popular por medio de asesinatos masivos y selectivos, a través del enorme aparato militar genocida de intervención norteamericana encubierta y abierta (Guardia Nacional), organizada, financiada y sostenida por Estados Unidos, interventores y saqueadores de nuestros recursos naturales (oro, plata, madera, mariscos, destrucción de tierras) desde el siglo pasado.

Eran los días del silencio tenebroso impuesto por esa fusilería genocida de guardias presuntamente nacionales, que en realidad defendían los intereses de interventores norteamericanos, y con prestancia servil mandaban a asesinar a hombres que exigían respeto a los seres humanos, como este Pancho Ñato.

En esos años se manifestaba también la rebeldía de hombres solitarios o de grupos igualmente solitarios, como contrapartida del crimen organizado desde las estructuras oficiales del gobierno y del Estado, mediante el cual se seguían al pie de la letra las políticas de terrorismo gubernamental, impulsadas por Estados Unidos.

Era también una época en que se ponía como pretexto la persecusión a ladrones de ganado y delincuentes comunes, con la

finalidad  de matar como animales silvestres a todos aquellos que hicieran cualquier manifestación de protesta, como ocurrió con Pancho Ñato y sindicalistas en los algodonales de León y Chinandega.

Hijos “naturales”


La historia y fama de Pancho Ñato no tiene la relevancia histórica nacional de Rigoberto López Prez, pero por esas jugadas del destino de los pueblos, ambos fueron hijos «naturales» de personajes leoneses que tuvieron por costumbre «ponerles hijos» a cuantas mujeres dominaban sentimentalmente.

Según he logrado establecer, Pancho Ñato y Rigoberto no se conocieron, mucho menos que hayan sabido que eran primohermanos, pero ambos fueron contemporáneos y combatieron, cada uno en su terreno, a los mismos sicarios de la tiranía somocista, fundada y sostenida por Estados Unidos.

Pancho Ñato fue asesinado con otros 200 campesinos en 1952, pero esta masacre fue virtualmente desconocida, porque la tiranía somocista tenía control total de los medios de comunicación y sometía a sangre y fuego cualquier denuncia, tal como ocurrió en

esos días, porque contar públicamente crímenes como éste era exponerse a ser asesinados por guardias genocidas, que presuntamente representaban el «orden público» y «seguridad nacional» en el Estado nicaragüense, pisoteado siempre por los gringos genocidas de Norteamérica.

Además, el silencio familiar se impuso también, porque los padres «naturales» de ambos nunca quisieron que se hablara del asunto, ya fuese por comodidad política o por conveniencias sociales.

Aquella fama de Pancho Ñato creció como una tormenta aproximándose y su tempestad amenazaba el dominio omnímodo de la tiranía somocista en estas tierras pródigas de cultivos algodoneros y de granos básicos y frutas, de las cercanías del Volcán Cerro Negro y de los legendarios Hervideros de San

Jacinto-Tizate.

Un rumor popular, creciente como las erupciones del Cerro Negro, subía y recorría los senderos solitarios y poblados de los cerros y los caminos torcidos de las comarcas, e indicaba que Pancho Ñato «brujo»,  se convertía en saco, en tallos de chagüites, en cabezas de guineos, que era «protegido por «oraciones» especiales», que tenía «pacto” con Lucifer (Diablo), que podía convertirse en conejo, en «Cegua», «Carrera Nagua», en «Mocuana», en cusuco, venado o caballo, en cualquier cosa, cuando los guardias lo perseguían.

Era un hombre de mirada vivaz, con la cual recorría a cada instante los alrededores en que estaba, escrutaba las miradas de los demás y estaba atento a cualquier movimiento raro  en su contra.

El, Pancho Ñato,  cuando era rodeado por multitudes donde llegaba a las comarcas, decía, juraba haciendo «las cruces con los dedos de ambas manos, que él era protegido por Dios, por «Las Tres Divinas Personas»,  y como prueba mostraba un crucifijo que siempre colgaba de su cuello curtido por el sol y el sudor.

Corrían los años negros cercanos a 1950,  cuando apareció;  aquella amenaza llamada Pancho Ñato,  imposible de someter a balazo limpio, porque al revés resultaban muertos o heridos decenas de guardias, “Jueces de Mesta” y «Orejas», cuando se enfrentaban a tiros con aquel vengador campesino o “Robin Hood” comarcal.

«Donde pone el ojo, pone la bala», «Es tan rápido como una centella», «A su maravilloso caballo no lo detiene nadie», «desaparece como por encanto», expresaban aquellos rumores de admiración popular crecientes, que eran como expresiones de apoyo de la vindicta popular cercana a León.

Robaba a los ricos

Estas expresiones de admiración se debían a que los guardias genocidas cometían mil abusos, como siempre, en las comarcas, mientras Pancho Ñato,  el eterno perseguido, «víctima de la guardia», les daba «su medio vuelto» y de vez en cuando robaba ganado o granos básicos a los ricos latifundistas, para regalarles dinero o comida a los pobres, a los obreros agrícolas o a los propietarios pequeños de tierras.

Nadie precisa la fecha de nacimiento de Pancho Ñato o Francisco Juárez Mendoza. Tampoco se conoce el día exacto de su asesinato, y mucha gente campesina y pobladores urbanos sostienen que «no ha muerto. Está vivo en Honduras».

Lo cierto, confirmado, es que este personaje campesino solitario, de una inteligencia natural y valor excepcionales, fue capaz, él solito, de enfrentar exitosamente al aparato criminal, masacrador-genocida, del somocismo por cuatro años.

Se convirtió en un supuesto enemigo de los guardias genocidas y de «orejas» por «puro aire», por necesidad de sobrevivir, como dicen los campesinos, pues Pancho Ñato nunca se en actividades políticas, «no ofendía a nadie, era una persona amable, fiestero, le encantaban los niños, ayudaba a los ancianos, gozaba sembrando maíz, frijoles y trigo», según cuentan sus numerosos contemporáneos todavía vivos, entre ellos su primo-hermano Lencho Valencia Juárez.

Esos contemporáneos lo describen como un hombre pequeño de estatura, delgado, clarito, de nariz ancha, pelo negro con tendencia a crespo, de ojos claros vivaces, rapidísimo para correr, poseedor de una inteligencia excepcional para prevenir el peligro y de «paciencia sin límites”, afirman sus coterráneos como Pascual Donaire, campesino del poblado de San Jacinto y el profesor Miguel Zapata Dávila,  su coterráneo en El Tololar.

Descubrimiento sensacional

Cuando aquellos sucesos, Pancho Ñato era un hombre relativamente joven, de unos 36 años, según el profesor Miguel Zapata Dávila,  Hijo dilecto de Malpaisillo y hombre muy conocido en esta zona de León.

La madre de Pancho Ñato Juárez Mendoza era Jerónima “Chomba” Mendoza Juárez propietaria de una pequeña finca, y de su padre se especulaba que, tal vez, era Jacinto Juárez,  familiar cercano de mi madre  Rosa Pérez Juárez, coterránea.

Corría,  al mismo tiempo, un rumor acerca de que el verdadero padre de Pancho Ñato  era Domingo Barreto Fonseca, mi abuelo, uno de los más poderosos finqueros y despojador de tierras de esos días, en el escenario de las comarcas de Hatillo,  Tololar, Monal, Palo de Lapa, Cuatro Esquinas, Ojochal,  San Jacinto, El Apante, Lechecuagos, La Peineta, Monte Redondo, Momotombo, El Terrero y Los Pocitos, en los municipios de Telica y Malpaisillo.

El rumor popular, según  mi padre, Octavio Barreto Centeno y mi tío  Julio «Julión” Barreto Fernández tenía su lógica porque el mismo Pancho Ñato se iba a meter a la finca-sede del viejo Domingo Barreto Fonseca, quien supuestamente le daba dinero, mientras otros finqueros, como un tal Horacio Argüello, lo delataban a los guardias genocidas para que mataran a  Francisco Juárez Mendoza.

Lo acusaban de robar ganado y granos básicos a los finqueros, para entregárselos a pobres de la zona, según recuerda Pascual Donaire.

Por supuesto, Pancho Ñato se quedaba con una parte, añade Guadalupe (varón) Blandón Rocha, uno de sus contemporáneos en El Hatillo.  Mi  tía Delia, hermana de Octavio, confirma que aquel rumor era cierto, pues hasta algo parecido tenían Pancho Ñato con el viejo Domingo Barreto Fonseca.

Delia tenía doce años cuando Pancho Ñato llegaba a la finca-sede de Domingo Barreto Fonseca, donde se instalaba por carios días mientras pasaba alguna tormenta de persecución; en su contra.

Una vez, cuenta Delia, vio a Pancho Ñato cuando entraba a la finca de Barreto montado en su caballo tordío, mientras el viejo Domingo lo recibía cariñosamente.

El asunto fue confirmado plenamente por Octavio, Delia, Julio «Julión” Barreto Fernández y otros familiares, quienes sostienen que el asunto fue ratificado posteriormente en conversaciones con el viejo Domingo Barreto Fonseca, quien falleció hace ya varios años

Un “rosario” de hijos

El viejo Domingo Barreto Fonseca tenía fama de mujeriego, y para entonces ya había dejado decenas de hijos con numerosas mujeres en esas comarcas, y éso  explica por qué  motivos Octavio Barreto Centeno, mi padre, era hijo de una mujer de la Comarca Jicarito; David, de otra mujer; Alfonso, Maximino y Daniel, de otras mujeres; Teresa, hija de otra; Narcisa, hija de otra; Ángela, de otra; Ercilia,  hija de otra; León, (nombre), de otra, y la lista resulta interminable, y todos éstos fueron los que se repartieron la herencia de las tierras, dinero y casas, obtenidas por Domingo Barreto Fonseca mediante hipotecas y préstamos  que se volvían  impagables.

Entre otras mujeres, madres de los mencionados arriba, se mencionaban Amelia Centeno (madre de mi padre Octavio), Ramona Herrera, Nicolasa Quintero, Ramona Castillo Juárez y también corrían las especulaciones acerca de que la mamá de Pancho Ñato había sido mujer de Domingo Barreto, relación de la cual había nacido Francisco Juárez Mendoza.

Pancho Ñato pasaba semanas enteras en la finca, que era como la sede principal de las otras propiedades que tenía Domingo Barreto Fonseca en distintos sectores de estas comarcas de León, lo cual le facilitaba el clandestinaje a Pancho Ñato frente a los guardias genocidas.

Doña  Isabel Baca Valdivia, de 90 años en 1997, testimonia que Pancho Ñato llegaba a su finca en Hatillo, donde permaneció por varios días.

«Nunca nos robó, no le causó males a nadie en las comarcas cercanas. Al revés, en el caso nuestro nos protegía y se mostraba muy amable. Eso sí, ya se rumoraba que unos hombres de apellido Chavaría y varios guardias, lo buscaban para matarlo», señala Baca Valdivia.

En una de sus llegadas, Pancho Ñato colgó una soga de uno de los chilamates más altos. «Nunca dijo para qué la quería, pero se rumoraban sus intentos de colgar a alguien, que él calificaba como «uno de esos malvados que maltratan a la gente humilde en estos sectores», mientras al mismo tiempo sus enemigos y la guardia echaban a rodar la noticia de que era ladrón de ganado, una de las peores acusaciones de esos días porque significaba estarle robando a los ricos, lo cual era sinónimo de condena para siempre», recuerda Baca Valdivia.

Un matarife llamado Domingo Barreto Fonseca

Nunca pudieron capturarlo, todos los operativos fracasaban, porque Pancho Ñato pasaba de una finca a otra o mataba a balazos a uno o dos de sus perseguidores, según veremos en esta crónica incompleta de su vida.

El viejo Domingo Barreto Fonseca llegó por esas tierras como «matarife» de ganado y cerdos, lo cual le permitió amasar la fortuna inicial con la que se hizo después de fincas y de decenas de  casas en León.

Mi padre y mis tíos afirman que Pancho Ñato ayudaba al viejo Domingo, mientras estaba allí en la finca, en el procesamiento de miel y alfeñiques, pues para ese tiempo Barreto Fonseca ya tenía molienda de caña.

La tía Delia y otros de sus hermanos especulan que algo jugoso sacaba el viejo Domingo de aquella relación con su hijo

“secreto”, Pancho Ñato, pues siempre lo recibía con cariño en la finca-sede, donde se guardaban muchos secretos no revelados hasta hoy, como, por ejemplo, la supuesta existencia de botijas llenas de dinero y de algunas piezas de oro bajo las camas de Barreto Fonseca y de Ramona, su «mujer oficial».

Secreto peligroso sobre Rigoberto López Pérez

Octavio Barreto Centeno, Julio «Julión” Barreto Fernández y la tía Delia, me revelaron hace apenas dos años (1996) que Rigoberto López Pérez,  el célebre ajusticiador del fundador de la tiranía brutal del somocismo, era hijo de Julio Barreto Fonseca, conocido médico de León, hermano de Domingo.

¿Cómo?, pregunté sorprendido. «Sí, Rigoberto López Pérez  era hijo de mi padre Julio Barreto Fonseca, el médico famoso de León, también mujeriego como el viejo Domingo Barreto Fonseca», añade “Julión» Barreto Fernández.

«Rigoberto López Pérez era uno de los 32 hijos que dejó regados mi padre en numerosos sitios de León,  Sólo reconoció a cuatro o cinco de nosotros», indica «Julión” Barreto Fernández, quien tiene ubicada su residencia ah ora en Honduras.

Ambos, Domingo y Julio, tenían fama de mujeriegos, pero, además, eran famosos porque negaban a sus hijos, a los cuales casi nunca les dieron nada, incluido mi padre Octavio, quien logró «colarse» como mozo (peón) en una de las fincas, que entonces se llamaba “La Lanceña”, ubicada en El Tololar.

Julio, el médico,  siempre tuvo una clínica o consultorio de la Iglesia de San Juan dos cuadras al Sur y media al Este, adonde mi madre (Rosa Pérez Juárez) llegó dos veces, según me cuenta ahora, a solicitar empleo de doméstico.

«No hay», le dijo el elegante médico, vestido impecablemente de blanco.   Julio Barreto Fonseca también hacía labores de médico en el famoso Hospital San Vicente de León, el más antiguo centro asistencial de esta ciudad.

A pocas cuadras de su clínica había una panadería que se llamada “León Dorado”, propiedad de Terencio Barreto Fonseca, hermano de estos dos personajes mencionados.

Muy cerca de esa clínica, en el Barrio El Calvario de León vivía doña Soledad López Pérez, la madre de Rigoberto, quien era el hijo mayor de Soledad «Shola» López Pérez.

Doña Soledad era propietaria de una pulpería fuerte, donde se vendían granos básicos, pan, jabón, caramelos, aceite, todo lo que se debe vender en un negocio pequeño de este tipo.

Además, Doña “Shola” (así le decían) era famosa por sus dones altruísticos, pues era bien sabido en los vecindarios aledaños que ella ayudaba a enfermos pobres y aportaba dinero para la vela y la caja mortuoria, cuando alguien se moría en El Calvario o San Juan, donde tenía su clínica el doctor Julio Barreto Fonseca.

Doña “Shola” era casada con  un hombre de apellido Meléndez, padre de Efraim, Salvador y Margarita, hermanos menores de Rigoberto López Pérez.

Era, al mismo tiempo, un secreto a voces, que antes del  matrimonio de Doña “Shola” con Meléndez, Soledad había sostenido un idilio con Julio Barreto Fonseca, del cual nació Rigoberto López Pérez, pero ninguno de los dos quiso hablar nunca del asunto.

«El padre de Rigoberto murió», era la única explicación que daba Doña “Shola”. Rigoberto, poeta, periodista, mecanógrafo y trabajador de la salud en El Salvador, por su parte, se firmaba simplemente: Rigoberto López Pérez.

«Doña Shola era muy generosa, pero a la vez tenía  un carácter fuerte. Sobre estos asuntos no decía nada, pero era notorio que ella tenía algunas preferencias o deferencias especiales con algunos de los hijos «legítimos» de mi padre, entre ellos yo, pues cuando llegaba a la pulpería, me daba de comer, me regalaba golosinas, preguntaba por el doctor Barreto y mandaba saludes a mis otros hermanos», revela «Julión” Barreto Fernández.

Octavio confirma versión de “Julión”

Octavio Barreto Centeno secunda estas afirmaciones de «Julión”.  «De todos nosotros, los hijos del médico Julio Barreto y de Doña “Shola”, la que estaba plenamente informada de este secreto era Fidelina Barreto, quien lo sabía con seguridad, pero lo guardaba celosamente por temor de que nos mandaran a matar a todos», dice «Julión” Barreto F.

«Pienso ahora que Fidelina Barreto, mi hermana, estaba un poco equivocada en su apreciación de que entre los representantes de Somoza no lo sabían, pues una oreja de León, llamada Erlinda Maradiaga, siempre sostuvo que Rigoberto era hijo de Julio Barreto Fonseca.

«Las facciones físicas de Rigoberto López Pérez son similares a las del viejo Julio Barreto», afirmaba siempre la «oreja» Maradiaga, según recuerda «Julión”.

Margarita Meléndez López, la hermana menor de Rigoberto, hija de Doña “Shola”, asegura también que un día  Fidelina le sugirió, sin revelarle plenamente el secreto, que Rigoberto era hijo de Julio Barreto Fonseca.

Por todo lo que ya se maneja entre algunos miembros de ambas familias, Margarita se convence cada vez más de que Rigoberto era hijo del viejo Julio Barreto Fonseca, fallecido en 1982.

Quizás una de las razones por las cuales tampoco se revelaba ese secreto es porque el viejo Julio, se afirma, era liberal, aunque no somocista, mientras Domingo Barreto Fonseca decía ser «apolítico”.

Margarita me dijo hace poco tiempo que le llamó la atención una reacción airada de «la tía» Fidelina Barreto cuando después del triunfo de la Revolución Sandinista, apareció un hombre, ya muy entrado en canas, afirmando que era el padre de Rigoberto López Pérez”.

Este hombre tenía por apellido Pérez y le sacó provecho, especialmente, al comandante Tomás Borge Martínez, uno de los más generosos dirigentes de la Revolución, asegura Margarita Meléndez.

«Ese hijo de p…es un impostor. El padre de Rigoberto es Barreto, mi padre», habría dicho Fidelina Barreto, pero no quiso ampliar a fondo el asunto con Margarita.

Margarita comprende hasta ahora por qué motivos en algunos círculos se decía que Rigoberto tenía algún parecido físico con el viejo Julio Barreto Fonseca.

«Si vos te fijás con detenimiento, Rigoberto tenía mucho parecido con Julio Barreto Fonseca, mi padre», comenta «Julión» para reafirmar el asunto.

«Mi hermano Salvador y yo tampoco aceptamos nunca que algunos impostores aparecieran diciendo que «soy el padre de

Rigoberto. ¿Por qué no lo dijeron cuando fuimos perseguidos, torturados y sitiados por la guardia?», pregunta Margarita.

A Margarita no se le han olvidado las imágenes de terror desatadas contra su madre, su hermano Salvador y ella misma aquella noche del 21 de septiembre de 1956, noche en que  Rigoberto ajustició al asesino mayor, al fundador de «La Estirpe Sangrienta», al jefe de la maquinaria de masacradores genocidas: Anastasio Somoza García.

Rigoberto, de oficios mecanógrafo, sastre, periodista, trabajador de la salud y poeta leonés, de 32 años, no había mostrado ningún cambio en su conducta, ni externado planes políticos, mucho menos que dijera que esa noche ejecutaría el acto de justicia popular más excepcional de la Historia de Nicaragua.

No se pudo bachillerar por la pobreza de su madre, pero vivía leyendo intensamente en la soledad de su casa y en círculos de amigos de la Ciudad Metropolitana.

Su diploma de mecanógrafo donde Silviano Matamoros, lo sacó en un año, en vez de los dos años estipulados en el curso. Su nivel de inteligencia era también excepcional.

La lectura escogida y sistemática lo hizo capaz de escribir para los periódicos leoneses El Cronista y El Centroamericano, de donde lo despidieron en 1950.

Este desempleo lo obligó a emigrar a El Salvador, donde consiguió trabajo como empleado de salud. Sus hermanos menores no sabían dónde vivía en El Salvador.

En los días anteriores a la ejecución del tirano, Rigoberto se mostró tranquilo. No se le vio armado, ni se le oyó hablar de nada anormal, asegura Margarita.

Mediante su trabajo como periodista en El Centroamericano y El Cronista de León, Rigoberto mostró sus sufrimientos personales por los pobres de León, donde los latifundistas algodoneros, incluidos los Somoza, explotaban salvajemente a más de 300 mil obreros agrícolas e intoxicaban las tierras con plaguicidas, los cuales, al mismo tiempo, mataban animales y seres humanos.

En sus poemas dejó traslucir cómo sufría por los pobres en aquellos días de orfandad revolucionaria después del vil asesinato de Sandino, de la desarticulación del Ejercito Defensor de la Soberanía Nacional y el exterminio masivo de los combatientes que habían acompañado en las jornadas heroicas antiintervencionistas y antiimperialistas al General del General de  Hombres Libres, Augusto C. Sandino.

Esos vientos de rebeldía de Sandino y del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional contra los invasores yanquis, me imagino que motivaron de manera profunda a estos dos personajes y a otros numerosos que surgieron en León, entre otros, los que acompañaron a Rigoberto y otro campesino llamado Juan Santos Urbina, del cual hablar un poco mas adelante.

Convencido personalmente de que va a jugar un papel decisivo para comenzar “el principio del fin de la tiranía”, Rigoberto anda conspirando contra la dictadura y su jefe el tirano Anastasio Somoza García, pero en su casa nadie sabe nada.

Además, durante seis años había trabajado en la «sanidad» de El Salvador, país que le servía, en esos días, de medio de empleo y exilio por el terror que imponía Somoza García, su pacotilla de guardias genocidas y los latifundistas algodoneros, que eran respaldados abiertamente por el aparato criminal del somocismo y de los norteamericanos.

Rigoberto trabajaba sigilosamente, con un grupo de conspiradores, en el más estricto secreto, en su proyecto de ajusticiar al tirano, para iniciar lo que él mismo llamó «he decidido ser yo el que inicie el principio del fin de esa tiranía».

Sin fanfarronadas, sin hacerse el Héroe, ni el Mesías, simplemente considerando un deber ineludible de patriota revolucionario, Rigoberto ya tenía tomada la decisión histórica del ajusticiamiento cuando ingresó al país de vacaciones, aprovechando las fiestas patrias centroamericanas, aquel septiembre de 1956.

De su acción heroica puedo interpretar que Rigoberto tomó absolutamente en serio el asunto de ajusticiar a Somoza García, sin pretensiones suicidas, y creo que fue más a fondo que todos los otros implicados en la conspiración histórica-revolucionaria.

Igual que en otras ocasiones, producto de las ganancias de su trabajo «en la sanidad de El Salvador», Rigoberto trajo consigo ropa, zapatos, golosinas y otros regalitos para sus hermanos y su  madre, Doña Shola, pero a nadie le comentó absolutamente nada sobre sus planes de ajusticiar al fundador del aparato genocida de los yanquis en Nicaragua.

A Nicaragua, Rigoberto venía cada seis meses, particularmente en diciembre, y siempre traía esos regalos cariñosos para sus hermanos y su madre. Esta vez, había llegado a León, aprovechando las fiestas patrias de septiembre.

El propio día 21 de septiembre de 1956 estuvo, como siempre, tranquilo, conversó con su madre y sus hermanos menores en la casa, hoy convertida en monumento histórico sandinista de León.

Almorzó, se vistió de riguroso azul y blanco y ya bastante tarde le dijo a su madre, Doña Shola, que iría a Managua a arreglar unos papeles personales, de orden migratorio, debido a que pronto, supuestamente, debía regresar una vez más a El Salvador.

Como siempre, se despidió cariñosamente de su madre. Se ajustó la camisa, ante la mirada escrutadora de sus hermanos y su madre, traspuso la puerta de salida a la calle y deslizó sus pies hacia la calle polvorienta de El Calvario, mientras se le notaba pensativo.

Se detuvo en la calle, donde unos niños jugaban béisbol y por un buen rato estuvo haciendo de «juez», lo cual acostumbraba frecuentemente desde cuando era periodista en El Centroamericano y El Cronista, relata Margarita, su hermana menor.

«Me voy, tengo que irme, voy a hacer un «volado», les dijo Rigoberto a los chavalos, ya avanzada la tarde. Esta palabra «volado» es común en El Salvador, pues los salvadoreños la usan mucho cuando desean expresar que van a hacer, como decimos nosotros, «un mandado», «un trabajo importante».

Cuando la tarde avanzaba hacia la noche, su hermano Salvador lo vio en el Estadio y se acercó a Rigoberto para pedirle que le regalara un helado, pero el Héroe le pidió que se fuera, no le dio nada. «Andate de aquí», le dijo.

«No quería que nos vieran junto a él, quizás para no involucrarnos en su plan de ajusticiar a Somoza García», analiza Margarita.

El jefe de los genocidas, el jefe de la pandilla que asesinó al General Sandino, mientras tanto, festejaba en el Club Social su «nominación» como candidato presidencial, lo cual era, en realidad, una nueva imposición armada, un nuevo asalto gansteril contra la nación, contra la patria de Sandino, Rubén

Darío y Tino López Guerra.

Los amigos del plan secreto de Rigoberto al mismo tiempo, ponían en práctica lo acordado, que serviría de colchón para que Rigoberto ajusticiara al tirano con un revólver calibre 38.

Según los que conocieron a Rigoberto, este patriota excepcional era sereno como una roca, calculador de precisión matemática en lo que andaba haciendo.

Había seguido a Somoza en varios sitios, sin que hasta ese momento hallase la oportunidad de ejecutar su trascendental acto justiciero de trascendencia histórica especial.

Se sabía que Somoza García estaba en el Club Social, con la crema y nata de la sociedad burguesa y políticos rastreros de León.

Por compromiso populista, el tirano decidió ir un rato a la Casa del Obrero, donde sindicatos afines a la tiranía le rendirían homenaje por su candidatura, proclamada ese mismo día durante una «Gran Convención”del Partido Liberal Nacionalista», o brazo político de la Guardia Nacional genocida, fundada en Nicaragua por el gobierno criminal de Estados Unidos.

Rigoberto ya estaba allí, vestido como cualquier paisano,  mientras el revólver calibre 38 le era pasado por una amiga, que  había logrado introducirlo escondido.

Vestía de azul y blanco, como el pabellón patrio, el que siempre mantuvieron manchado de sangre los criminales somocistas desde 1934 hasta 1979.

Se afirma que hacía mucho tiempo había tomado la decisión de lo que él mismo llamó: «He decidido, aunque mis compañeros no querían aceptarlo, ser yo el que inicie el principio del fin de esa tiranía. Si Dios quiere que perezca en mi intento, no quiero que se culpe a nadie absolutamente, pues todo ha sido decisión mía».

Rigoberto se había convencido de que era la única manera de iniciar «el principio del fin de la tiranía», especialmente al revisar cómo asesinaron vilmente a Sandino y a todos los que andaban con él, más el fracaso de más de 33 movimientos conspirativos ahogados en sangre por Somoza, de 1934 a esa fecha.

El tirano genocida  llegó a la Casa del Obrero después de las ocho de la noche. Con su actitud y  cinismo criminal, andaba repartiendo sonrisas y abrazos dentro de aquella casa, situada en el Oeste de la Ciudad de León.

La casa fue invadida por centenares de guardias, agentes de la Oficina de Seguridad (de los Somoza), “orejas” y demás fauna de asesinos que le custodiaban. Rigoberto se siguió mostrando tranquilo, mientras Somoza García,  el genocida, bailaba dentro de la Casa del Obrero.

De pronto, se dijo que el fundador de «La Estirpe Sangrienta» ya se iba. Esto, de alguna manera, terminaba con los planes de

Rigoberto, pues un grupo estaba listo para apagar las luces en las calles, a una hora determinada, desde la Planta Eléctrica de León.

Con la decisión histórica ya echada sobre sus hombros del tamaño de la patria, Rigoberto ajustó inmediatamente su máxima decisión

al momento imprevisto, con ese valor que sólo tienen los Héroes latinoamericanos del tamaño de Simón Bolívar, San Martín, Sucre, José Martí,  Céspedes, Sandino, Farabundo Martí, Ernesto «Che» Guevara, Fidel Castro Ruz, Emiliano Zapata o Pancho Villa.

Antes que se le fuera de las manos, con plena iluminación mental, Rigoberto se acercó lo más que pudo donde estaba el asesino, desenfundó el revólver calibre 38 y comenzó a dispararlo certeramente al pecho del jefe de «La Estirpe Sangrienta».

Aquel acto justiciero espectacular ocurría ante el asombro paralizante de no menos de un centenar de asesinos que cuidaban al genocida mayor, al que ya en ese momento había matado a decenas de miles de nicaragüenses por oponerse, precisamente, a la tiranía sangrienta del somocismo genocida, al servicio completo del gobierno criminal de Estados Unidos.

Un diluvio de balas impactaron sobre la humanidad de Rigoberto, quien a pesar de estar ya herido de muerte, en fracciones de segundos se tiró al suelo y siguió disparando a la ingle del masacrador de Sandino y de los hombres  del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional en Las Segovias.

El jefe de «La Estirpe Sangrienta» cayó al piso de la Casa o Club del Obrero de León, herido de muerte, mientras los sicarios somocistas seguían disparando centenares de tiros contra la humanidad de Rigoberto, cuyo cadáver, también fue desaparecido, como había hecho el mismo tirano con el cuerpo asesinado de Sandino el 21 de febrero de 1934.

El cadáver pasconeado de Rigoberto fue arrastrado dentro y fuera de la casa.

La sangre generosa de Rigoberto salpicó a toda la nación, reencendió la chispa revolucionaria que ya había avivado

Sandino con su Ejército Defensor de la Soberanía Nacional y acabó con el mito de la invencibilidad del tirano y de la tiranía genocida.

El país entero fue convertido, inmediatamente, en una inmensa cárcel por los dos genocidas, Luis y Anastasio, hijos herederos del tirano cruel.

Y también el país entero fue la sepultura de Rigoberto López Pérez.

Ya tenían prisioneros al también periodista leonés Armando Zelaya Castro, a Emilio Montes Rodríguez, a Edwin Castro Rodríguez, a Cornelio Silva, a Ausberto Narváez, al comandante Tomás Borge Martínez, al comandante Carlos Fonseca Amador, al doctor Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, y a otros tres mil opositores conocidos de la Ciudad de León o metropolitana, de Chinandega, y de Managua.

Zelaya Castro conocía a Rigoberto, porque una hermana suya «jalaba» con el poeta ajusticiador de Somoza García. Zelaya le confirmó a Doña “Shola” que Rigoberto había ajusticiado a Somoza García.

Aquel ambiente de represión brutal, era realmente tenebroso.

Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, Director del Diario LA PRENSA y antisomocista inclaudicable,  se contaba entre los prisioneros inocentes de esa noche.

Para los herederos del asesino Somoza García, sus hijos Luis y Anastasio,  Doña “Shola” y sus hijos Salvador y Margarita no podían quedar fuera de la inmensa redada criminal, a pesar de que Rigoberto dejaba claro que aquella decisión de ajusticiar al asesino mayor era una determinación muy personal suya, pero de enorme contenido histórico y de vindicta popular.

El ajusticiamiento fue un poco después de las diez de la noche y una hora después, las puertas de la casa de Doña “Shola”, que era la misma de Rigoberto en El Calvario, estaban siendo derrumbadas a patadas por los guardias genocidas y los «orejas» de la dictadura somocista.

“¿Qué pasa? ¿Por qué tanta vulgaridad al golpear la puerta?”, interrogó desde adentro Doña “Shola”. Salvador se disponía a abrir la puerta, pero Soledad, que conocía bien a los guardias, se adelantó y le dijo: «Yo abro, hijo».

“¿Qué pasa?”, volvió a preguntar Doña Shola. Los guardias le dijeron que Rigoberto «mató al presidente».

«Imposible. Rigoberto anda en Managua. Se fue a arreglar unos papeles personales», respondió doña “Shola”, entre sorprendida y nerviosa.

Soledad y sus dos hijos fueron sacados a empujones de la casa, la cual fue abierta y saqueada totalmente por los guardias genocidas.

Ese era el estilo genocida: matar y robar a las víctimas todo, hasta las gallinas, los huevos, los cerdos y matarles a sus perros también.

Doña Shola y sus dos hijos fueron llevados a un jeeps, donde aprovecharon la oportunidad para demostrar a balazo limpio,  con más asesinatos y encarcelamientos masivos, que los nuevos amos del país, eran ellos.

Doña Shola y sus dos hijos fueron llevados, inicialmente, a las cárceles de El Hormiguero, en Managua, donde se encontraron a centenares de presos por la misma causa.

Doña Shola fue llevada varias veces a las ergástulas de la Seguridad somocista, entonces conocida como «Las cárceles de la Loma de Tiscapa», donde estaba la cueva principal de los feroces asesinos de «La Estirpe Sangrienta».

Empezaron las interrogaciones y torturas. Doña Shola regresaba bañada en sudor al Hormiguero, recuerda Margarita. Sus hijos le preguntaban por los interrogatorios, pero no respondía nada, igual que con el secreto sobre la paternidad de Rigoberto.

Finalmente, Doña Shola y sus dos hijos fueron conducidos a las Cárceles de La Aviación, donde vieron a Edwin Castro Wasmer, Cornelio Silva, Ausberto Narváez y Ajax Delgado López, a los cuales la dictadura los había implicado en el ajusticiamiento de Somoza.

Los cuatro fueron asesinados posteriormente en la misma cárcel.

Doña Shola, Salvador y Margarita fueron puestas en libertad el diez de noviembre del mismo año 1956.

Continuaban el Estado de Sitio y la represión generalizada, lo cual duró casi dos años.

Como pudieron, al raid, volvieron a León.  Al llegar a la casa en que había vivido toda su corta existencia Rigoberto, encontraron que los guardias genocidas se habían robado todo: los granos, el dinero, los muebles, la ropa y también habían semi destruido la vivienda, la cual continuaba rodeada por «orejas» y criminales del comando GN.

Especialmente para Margarita, de apenas quince años, aquello era espeluznante.

Doña Shola era mujer probada. No renegó de su hijo en las cárceles de la Seguridad somocista y no tenía por qué hacerlo ahora.

Además, a pesar del «estado de sitio» y de estar sitiada su casa por guardias y «orejas», una multitud de vecinos la esperaban con manifestaciones de solidaridad, lo cual era como la cosecha de lo que ella había hecho por centenares de personas en los Barrios de El Calvario y San Juan.

No tenían nada. Ni dinero, ni ropa, ni comida, ni muebles, ni platos, ni vasos, pero aquellos vecinos, venciendo el miedo a la represión, se acercaron con ropita, frijoles, trastos de cocina y sillas para que se sentaran.

Se afirma ahora que hasta el viejo Julio Barreto Fonseca mandó algunos muebles a Doña Shola.

El sitio criminal a la casa continuó por un año. Aquel negocio de Doña Shola ya no volvió a ser el mismo, pero como pudo lo reactivó y puso a estudiar a Salvador y Margarita.

Una tragedia más la envolvería en esos días. Su hijo Efraim estaba en México cuando los sucesos del ajusticiamiento del tirano Anastasio Somoza García.

Nunca más volvieron a saber de Efraim. No supieron jamás qué pasó con él. No hubo comunicación por carta, teléfono, nada, según Margarita.

Doña Shola falleció en febrero de 1970. Nunca quiso hablar del padre de Rigoberto, uno de los hijos dilectos de la Patria rojinegra, por el contrario repetía: «El padre de Rigoberto murió».

Salvador fue Alcalde de León por un tiempo en la época de la Revolución Sandinista, mientras Margarita también desempeñó algunas funciones públicas.

En febrero de 1997, ambos estaban desempleados. Salvador andaba vendiendo gaseosas. Margarita vendía mangos y cualquier otra cosa en la casa en que vivió Rigoberto.

Esa casa fue declarada patrimonio histórico de León.

Volvamos a «Pancho Ñato».

Estas comarcas periféricas leonesas, referidas antes, con excepción de la Ciudad de Malpaisillo y San Jacinto, están ubicadas a menos de ocho kilómetros de la propia Ciudad de León, adonde también llegaba el legendario Pancho Ñato.

Al darse esta persecución a Pancho Ñato, se empezaba a producir el apogeo del algodón, lo cual explica el todavía existente y abundante hato ganadero, práctica plena de montar a caballo, patios con abundancia de árboles frutales,  según relata Octavio Barreto Centeno, mi padre.

Entre los contemporáneos, ninguno está  completamente claro de por  qué motivos se inició la persecución sistemática, sin tregua,

de  Pancho Ñato, cuyo fin, aparentemente, sólo los genocidas somocistas conocieron, entre ellos el propio tirano Anastasio

Somoza García y y el coronel GN Pedro Nolasco Romero, quien era el jefe de los masacradores en las tenebrosas cárceles de «La 21» y del «Fortín de Acosasco», en León.

El pretexto para perseguirlo era que robaba ganado y granos básicos, lo cual de algún modo era cierto, pero lo que realmente no les gustaba a los guardias es que regalara entre pobres eso que robaba.

Más les asustaba el escondite colectivo con que contaba Pancho Ñato en las comarcas», analiza Pascual Donaire.

Una explicación posible, realista, es que el régimen genocida somocista y los burgueses latifundistas algodoneros leoneses y chinandeganos ya estaban plenamente involucrados en eliminar físicamente, inclusive, a todos aquellos obreros agrícolas que osaran organizarse en sindicatos, que reclamaran por atropellos de los patrones y sus capataces, tal como quedó comprobado después, en la década 60-70, con las masacres del Zanjón de Posoltega (ubicado cerca de donde se movía Pancho Ñato), ejecutadas por el otro multiasesino genocida coronel GN Juan Ángel López.

Era el 20 de enero de 1963, cuando una pacotilla de asesinos genocidas, jefeados personalmente por Carlos Siero y Carlos

Tijerino, bajo las órdenes directas de Juan Ángel López, llegaron a sacar a Victoriano Arteaga de la hacienda algodonera de San Carlos, en El Viejo (Chinandega), para  torturarlo brutalmente, primero, y después asesinarlo en el Zanjón de Posoltega.

Habían asesinado ya a centenares de obreros agrícolas, a los cuales les «daban agua» (asesinarlos), bajo la dirección directa de Juan Ángel López, quien actuaba por mandato de la tiranía somocista y de los latifundistas algodoneros, entre otros Silvio Argüello Cardenal, los Venerio, Mauricio Gurdián, Oscar Galo, Marcelo Langrand….

Entre esos asesinados, casi todos dirigentes sindicales agrícolas, se contaban, en esos días del masacramiento de Victorino Arteaga, los obreros Eduardo Flores, Urey Navas y Luis Amador.

La diferencia social, económica y política, de estos obreros con los otros (los burgueses o sus empleados lacayos), era porque

Arteaga estaba vinculado al Partido Conservador de Nicaragua y formaba parte, de algún modo, de los intereses capitalistas de Chinandega.

Flores, Urey y Amador, eran obreros agrícolas, «animales o bestias», según las concepciones criminales de los genocidas y de los latifundistas algodoneros, y, en cambio, Arteaga representaba, como digo, otros intereses.

Por estos motivos, los conservadores protestaron y esto permitió destapar la olla genocida de crímenes atroces de Juan Ángel López y su pacotilla de asesinos, todos jefeados por los Somoza de «La Estirpe Sangrienta».

Además, los generales, coroneles y mayores genocidas, en combinación con los latifundistas algodoneros, trataban de

impedir la posibilidad de que más de 300 mil obreros agrícolas se organizaran, y al mismo tiempo inventaban que estos trabajadores eran «ladrones», que se robaban parte del algodón, los acusaban como supuestos «rateros» porque presuntamente robaban cualquier cosa en las fincas algodoneras.

También atacaban la supuesta existencia de bandas de «cuatreros» (ladrones de ganado), con lo cual justificaban la persecución de gente como Pancho Ñato, quien, por la persecución, no tenía empleo fijo en ninguna parte.

El no tener empleo, obligaba a Pancho Ñato a dedicarse a comprar ropa confeccionada, zapatos y otras prendas de vestir en Honduras, para venderlas en Nicaragua, aseguran sus familiares y amigos.

Presuntamente, durante un pleito en una cantina campesina de la comarca del Monal, Pancho Ñato tuvo que matar a un sujeto, que a su vez intentó asesinarlo a él mientras estaban tomando licor juntos.

Calvario de Pancho Ñato

Sin confirmación plena, algunos contemporáneos del legendario

Pancho Ñato suponen que aquel hombre muerto era familiar cercano de un tal Balto o Natividad Alvarado, quien tenía a su cargo una parte de los guardias genocidas somocistas en Telica, municipio al cual pertenecen las comarcas Hatillo y Monal, donde  residía formalmente Francisco “Pancho Ñato” Juárez Mendoza.

Otros suponen que Pancho Ñato se peleó en alguna parte con Alvarado, pero nunca se pudo establecer esto, ni lo primero, pero lo cierto es que le desencadenaron un persecución desproporcionada, que a Francisco “Pancho Ñato” Juárez Mendoza lo convirtió rápidamente en una leyenda popular, no superada hasta hoy entre 1948 y 2003.

Otros de sus contemporáneos todavía vivos suponen que los guardias genocidas le inventaron la acusación de que él robaba ganado a finqueros para venderlo en mataderos de León, lo cual era falso, según Ignacio García Juárez, uno de familiares cercanos de Pancho Ñato. “Le tenían miedo en la guardia y los finqueros de la zona”, sostiene Ignacio García Suárez.

Aparentemente, ocurría que Renato Altamirano, un cuñado de Pancho Ñato sí robaba ganado de vez en cuando, delito atribuido por los guardias genocidas al legendario Francisco Juárez Mendoza.

Pancho Ñato, en cambio, protestaba porque afirmaba que él no era autor de esos delitos y que por tanto no se dejaría capturar de

Balto Alvarado, el jefe de los guardias y los “jueces de mesta” de la guardia somocista  y «orejas», y al mismo tiempo de Vicente Mayorga y Evenor López, sus enemigos personales en este sector campesino y al servicio de los sicarios genocidas de la guardia somocista.

«Además, esos guardias estilan matar a la gente, no les hacen acusaciones judiciales para probarle a uno un delito», comentaba Pancho Ñato en público.

Temía que lo mataran

Según los testimonios, Pancho Ñato tenía temor de que lo mataran si lo capturaban, pues ya estaba enterado de los crímenes atroces de los guardias genocidas somocistas en las infernales cárceles de «La 21» y del «Fortín de Acosasco», de donde los campesinos no habían retornado vivos después de haber sido capturados por los “jueces de mesta” y los «orejas».

Estas reflexiones parecieron ser determinantes para el próximo accionar fulgurante de Pancho Ñato, quien no se dejó capturar tranquilamente, pues fue necesaria la traición, típica del tirano Somoza García y de los somocistas, para poderlo matar a él y a otros 200 campesinos.

Los mismos relatos de sus contemporáneos sitúan el inicio de la persecución feroz en 1948, aunque algunos no son precisos, porque la memoria no ayuda en fechas, y tampoco pude encontrar nada escrito sobre este legendario Pancho Ñato.

La coincidencia generalizada es que fue capturado y asesinado en julio de 1952, en el cuartel militar genocida de Malpaisillo.

«La persecución duró unos cuatro años», asegura Octavio Barreto Centeno.

Adivinaba el peligro

Sin embargo, ya para entonces, no se sabe si por afición o previendo el peligro, Pancho Ñato entrenaba intensamente en tiro al blanco con un revólver calibre 38 y en lanzamiento de cuchillos, para que éstos se clavasen en  árboles al ser lanzados dentro de bosques o cerranías como las de los Volcanes de Rota, San Jacinto, Cerro Negro, Las Pilas, Asososca, Momotombo y Telica, que eran parte de sus refugios más seguros.

Estos entrenamientos personales eran  en secreto, clandestinos, porque a Pancho Ñato no le quedaba otra alternativa que preparar cuidadosamente su autodefensa, argumentó Octavio Barreto Centeno.

Tiraba a un blanco fijo mientras él corría a pie. Ponía a otros a que se desplazaran con un blanco móvil, y eran raros los tiros fallados, recuerda Lencho Valencia Juárez, su primo hermano, entonces muy chavalo.

Lencho recuerda que Pancho Ñato apenas cursó su primaria, pero era un lector consumado de novelas, folletos de historia y todo lo que caía en sus manos. También le gustaba consultar a los maestros de las Comarcas de la periferia de Telica y Malpaisillo.

Al mismo tiempo, entrenaba dos caballos, uno tordío y otro blanco, altos, nerviosos, que se volverían tan legendarios como el propio Pancho Ñato.

Se afirma que esos caballos se los compró a finqueros locales, con el dinero de la venta de ropa, previa escogencia hecha por él mismo.

Los caballos aprendieron a saltar cercos metálicos erizados de púas, matorrales y muros altos. Se acostumbraron a que su amo

Pancho Ñato subiera en sus ancas corriendo, al mismo tiempo que ellos, los briosos corceles, ya iban en veloz carrera después de una señal, ya fuese por chiflido o una voz de mando de Francisco “Pancho Ñato”  Juárez Mendoza.

«La verdad es que Pancho Ñato usaba muchos caballos, los cuales compraba, los prestaba a sus dueños, o los pedía donados, y después los regalaba cuando consideraba que ya no eran tan  ágiles para sus «huidas permanentes”, asegura doña Isabel Baca Valdivia, finquera de 90 años (al 2001) de la zona del Tololar.

Pancho Ñato acostumbró al tordío especialmente a correr derecho y en zig-zag, a obedecerle con silbidos, mientras él disparaba a blancos fijos y móviles, recuerda Lencho Valencia Juárez.

Las leyendas dejadas tras la muerte de Pancho Ñato indican que sus caballos también aprendieron a detectar el peligro, pues relinchaban o se movían inquietos cuando sus enemigos se aproximaban.

Es decir, «sentían» prontamente las cercanías de un tropel de gente, especialmente el de los guardias, que caminaban al trote de caballos.

Caballos especiales

Pancho Ñato saltaba al mismo los alambrados, se lanzaba de «chorreada» bajo esos cercos, corría entre arboledas de los entonces todavía existentes bosques, aún no exterminados  por los latifundistas algodoneros, que arrasaron la fauna silvestre, mataron los animales domésticos y eliminaron los bosques en que abundaban, por ejemplo, los tololos.

Por éso de los tololos, a una de las comarcas le decían Tololar.

Pancho Ñato practicaba sobrevivencia en el monte comiendo hojas y animales silvestres, cómo disparar mientras rodaba por el suelo y también cómo desarmar a un enemigo si era necesario en estas reyertas a muerte, organizadas por los guardias genocidas y latifundistas en su contra.

También se «curó» contra los espantos o cuentos de terror que como demonios circulaban por los caminos oscuros y cañadas pedregosas de esos días las llamadas “ceguas”, “carreta nagua”, el “cadejo”, las “monas” que caían en las ancas de los caballos desde las ramas de un guapinol, el caballo fantasmagórico de Arechavala, las brujerías para manear los caballos y volverle a uno pesadas “las patas” dentro de los potreros, cerros, colinas, plantíos de maíz, trigo o montañas todavía tupidas.

Cuando se inicia la feroz persecución en su contra, supuestamente, Pancho Ñato ya era ducho en estas cosas de defenderse personalmente con eficiencia, lo cual ante los ojos de los guardias genocidas, resultaba muy peligroso.

Viajaba a Honduras

Otro detalle interesante es que ya por entonces Pancho Ñato viajaba a Honduras, solito, en uno de sus caballos, a comprar ropa y otras mercaderías, lo cual combinaba con el trabajo común  de los campesinos: la agricultura. De vez en cuando ejercía su oficio de mecánico.

Es decir, hacía lo que hizo el General Pedro «Pedrón» Altamirano antes de ser uno de los hombres más esenciales en el Ejército Defensor de la Soberanía Nacional, jefeado por  el General Augusto C.  Sandino. «Pedrón» iba a Honduras a traer ropa, para venderla dentro del territorio nacional.

La valentía de Pancho Ñato era excepcional, «se crecía como gigante ante el peligro», asegura Ignacio García Juárez, 82 años (en 1997), campesino primo hermano de Francisco “Pancho Ñato” Juárez Mendoza.

Según las coincidencias de sus contemporáneos todavía vivos, la persecución formal (oficial de la guardia) de aproximadamente

40 guardias, “jueces de mesta” y «orejas», jefeados por Balto Alvarado y Vicente

Mayorga, comenzaron una mañana cuando Pancho Ñato le ayudaba a extraer agua de un pozo a un familiar suyo, en una pequeña comunidad llamada San Roque, cerca del Hatillo.

Se extraía el agua con una yunta de bueyes, los cuales daban vueltas en torno a un malacate al estilo de trapiche, con vueltas interminables en un solo sitio.

El caballo tordío estaba amarrado en el patio de la finquita.

El tordío empezó a manifestarse inquieto. Pateaba, daba vueltas nerviosas y relinchaba sin cesar, lo cual puso en alerta a Pancho Ñato, quien tomó su revólver y su camisa, los cuales estaban colgados en un alambre.

Pacotilla de criminales

Apenas se había acomodado la camisa, cuando vio que la pacotilla de guardias genocidas entraban por la puerta de la finca, y no precisamente en plan de capturarlo, sino de matarlo.

Eran Balto Alvarado con unos 40 guardias y civiles. Comenzaron una tremenda balacera en su contra. Pancho Ñato se parapetó detrás del brocal encementado del pozo. Sabía que los segundos eran vitales para su vida, y debía ganar tiempo, causar un impacto de primera magnitud entre sus cazadores.

Los guardias genocidas estaban detenidos, nerviosos, inseguros,  en un solo sitio, mientras disparaban a la loca, al parecer porque le tenían miedo. Pancho Ñato puso en práctica sus trucos aprendidos de disparar mientras rodaba por el suelo.

Como troza de madera rolliza, dando vueltas sobre sí misma, se lanzó de rodada hacia donde tenía el caballo tordío, mientras, al

mismo tiempo, disparaba con precisión de balazo en balazo hacia donde estaban los genocidas.

Los relatos indican que uno de los guardias cayó fulminado de un tiro en la frente y otro recibió otro certero disparo en el pecho.

Desconcierto entre los genocidas

Esto causó desconcierto total entre los guardias, lo que fue aprovechado por Pancho Ñato para correr como gacela para montarse en su tordío, el cual comenzó a saltar cercos, como si cruzara las aceritas de una calle, ante el asombro de Balto

Alvarado, quien todavía no conocía esas habilidades del enemigo que él mismo había inventado.

En esa acción resultó muerto uno de los guardias. Pancho Ñato se había escapado ileso.

Aquel hecho hizo explotar una leyenda que apenas estaba comenzando en esas comarcas cercanas a la Ciudad de León. A partir de entonces, Pancho Ñato era temido por unos y profundamente respetado por otros, especialmente por gente pobre de las comunidades.

Los comentarios, mayoritariamente favorables a Pancho Ñato en las comarcas, corrieron como reguero de pólvora encendida, mientras al mismo tiempo se generalizó el repudio a la persecución  en su contra.

Fallan especialistas en tiros

La derrota de los guardias (“especialistas en tiro”), motivó, recuerda Pascual Durón

Medina, quien conoció de cerca a Pancho Ñato, que los genocidas de León escogieran a sus mejores tiradores para darle caza a Francisco “Pancho Ñato” Juárez Mendoza, que se había dado el lujo de ponerlos en ridículo recientemente.

Decían que esos guardias especialistas en tiro pegaban con facilidad a 5OO metros, recuerda con sonrisa maliciosa Pascual Durón Medina.

Corrió la noticia de que los especialistas en tiro habían llegado a las comarcas.

El siguiente suceso se registró, relata Pascual, en las cercanías del Ojochal, allí cerca de San Jacinto. Un sargento de apellido Ríos, uno de los especialistas en tiro, había detectado que Pancho Ñato estaba escondido en una finquita, donde también ayudaba a jalar agua y en labores agrícolas.

El caballo tordío no estaba cerca, porque pastaba en un potrero de la finca. Igual que la vez anterior, los bueyes daban vueltas «sin fin» en torno a un malacate.

En el camino a la finca, los guardias -especialistas en tiro- secuestraron a un chavalo para que los llevara hasta el lugar en que estaba Pancho Ñato. Era temprano, quizás las once de la mañana.

Los guardias entraron a la finca. Al parecer, Pancho Ñato no esperaba que lo visitaran tan pronto, consideración falsa que lo motivó a estar descuidado.

Tenía el revólver y una camisa colgados en una rama cerca de la casa campesina. Los especialistas en tiro no lo conocían personalmente y llegaron preguntando por él.

«Sí, es él», respondió inocentemente un chavalo al ser interrogado por los guardias, cuando éstos ya iban dentro del territorio de la finca.

Al darse cuenta Pancho Ñato, los guardias estaban a menos de cien metros de él. Con la agilidad de siempre, reculó veloz, mientras los guardias le gritaban: «No te corrás, no te metás para adentro», pero en realidad con la velocidad de un gato caucelo había alcanzado el revólver y la camisa y se internó en unos matorrales boscosos de la finca, hacia donde los guardias dispararon una ametralladora calibre 30 y varios fusiles garand.

Diluvio de balazos

«Ese diluvio de balazos no me tocó porque estuve tendido en el suelo, mientras los guardias disparaban», contaría después Pancho Ñato.

Se levantó del suelo cuando los guardia genocidas,  “especialistas en tiro”, dejaron de disparar. Por si acaso, extremó las precauciones y caminó largo rato en cuclillas y yéndose al amparo de las sombras de los árboles y matorrales.

En las comarcas vecinas se escuchó la tremenda balacera de casi media hora y supusieron que Pancho Ñato había sido liquidado, pues les parecía imposible sobrevivir a semejante tiroteo, que había dejado animales domésticos muertos y  arboles dañados.

Los guardias no se atrevieron a perseguirlo por aquellos montes. «Le tenían miedo», añade Pascual Durón Medina.

Pancho Ñato reapareció entre sonriente y arrecho, al mismo tiempo, en Hatillo, pero no pudo estar mucho tiempo allí, porque otra gente le dijo que los guardias iban hacia ese sitio.

Ese día registraron en su busca todas las casas de sus familiares, la de su madre Jerónima Mendoza Juárez, la de su hermano Julio, la de Asunción, María Elsa y Rosa Juárez, y las de los vecinos y amigos.

Se les hizo “humo”

Registraron también los pozos, porque creyeron que estaba metido en uno de ellos. Se subieron a los  árboles de mangos, guayabos, zapotes, limones, mamones, tololos, tigüilotes, a registrar si estaba subido en alguno de ellos.

Poco después, Pancho Ñato diría que había estado en un matorral cercano, observando, mientras los guardias registraban todo el sector campesino.

Ese día no se llevaron detenido a nadie, lo querían a él y lo deseaban muerto.

Los guardias y «orejas» supusieron que Pancho Ñato se había ido lejos de allí. Efectivamente, para despistar ensilló su caballo moro y se fue para Honduras, de donde volvió unos seis meses después, según los cálculos que se hacen hoy.

Como “Robin Hood….”

Pensó que dejarían de perseguirlo. La noticia de su regreso, pronto se regó por las comarcas. En el negocio de vender ropa le había ido bien, y entonces pudo darle dinero a su madre (residente en la Ciudad de Malpaisillo) , a algunos familiares y amigos, a vecinos muy pobres, lo cual generó otro problema ante sus perseguidores, pues con eso de ayudar a pobres se estaba pareciendo a aquella famosa historia (cinematográfica) inventada de “Robind Hood”.

Era ya común en las comarcas que la gente más pobre le pedía ayuda por enfermedades o deudas a Pancho Ñato, quien inmediatamente se ponía a trabajar en conseguir el dinero, ya fuese donado por personas de posibilidades, o conseguía con amigos, o robaba, el asunto es que Pancho Ñato llevaba los reales a quienes se lo solicitaban con urgencia.

Se afirma ahora que este comportamiento fue esencial para ganarse el cariño y confianza de los campesinos y finqueros, los cuales lo escondían en sus casas y se convertían en sus cómplices frente a la persecución de la guardia genocida, recuerda Pascual Donaire, de la Comarca San Jacinto, jurisdicción del Municipio de Telica.

Al saber esto los guardias genocidas de Somoza, se ponían más furiosos, pues debido a ello gritaban más a todo pulmón: «Es ladrón, roba ganado».

Precisamente, en esos días el asesino No. I de León, el coronel guardia nacional genocida Pedro Nolasco Romero, mantenía una campaña sistemática contra ladrones, a los cuales capturaban y los mataban oficiosamente en las «Cárceles de «La 21» y en el «Fortín de Acosasco».

Pancho Ñato tenía fama de mujeriego y de que le gustaba jugar gallos en conocidas galleras, lo cual era una costumbre, muy ajustada a las actitudes machistas de los campesinos en este sector de Nicaragua.

Generalmente, Pancho Ñato no entrenaba él personalmente los gallos, pero se enteraba de las aficiones de los amigos y de cuando en cuando iba a jugar un gallo.

Fama crece como tormenta

Su fama, para entonces, provocaba murmullos en esas galleras, cantinas, en comarcas y pueblos enteros. «Ahí viene Pancho Ñato!», gritaron en una gallera de El Hatillo, cuando él iba entrando en su caballo tordío, recuerda Octavio Barreto Centeno.

Era común, además, que decenas de hombres y mujeres lo rodearan donde llegaba, pues contaba al detalle «chiles calientes» o anécdotas que le habían ocurrido mientras se defendía de los guardias genocidas somocistas.

Tenía ya casi un mes de haber regresado de Honduras. Balto Alvarado y el tal Ríos, y la pandilla de guardias genocidas de ambos, no se habían aparecido a continuar la persecución, recuerda Barreto Centeno.

La gallera estaba construida con horcones sencillos y paredes de tallos de maíz y trigo, en medio de varios  árboles frondosos de mangos y mamones.

Debido a las experiencias anteriores, Pancho Ñato en esta ocasión llevaba su revólver calibre 38 colgado en una cartuchera en el lado derecho, mientras en el costado izquierdo lucia un filoso puñal.

Algunos caballos estaban amarrados en postes y  árboles de una finquita, en la cual estaba la gallera. El ambiente era fresco, tranquilo. Las peleas sangrientas de los gallos ennavajados, en el redondel de la gallera, transcurría en un ambiente amistoso, en pleno medio día, mientras los gallos se mataban a «espuelazos».

El caballo tordío estaba allí también. A Pancho Ñato le llamó la atención que su tordío empezara a inquietarse. «Algo pasa», comentó y se salió del redondel de la gallera.

«No pasa nada, hombre, Pancho!», le gritaron desde dentro de la gallera, recuerda Barreto Centeno.

Repentinamente, como un torbellino apareció un tropel de casi 20 guardias por uno de los caminos adyacentes a la gallera.

“Lo vamos a comer frito”

Pancho Ñato no pudo llegar hasta su caballo, el tiempo y el espacio no se lo permitían. Se quedó parapetado en un  árbol, mientras los guardias gritaban: «No se muevan de allí, de donde están! Cuidadito trata de huir Pancho Ñato… ahora sí lo vamos a comer frito!».

Los genocidas se tiraron de los caballos. Rápidamente desplegaron fusiles de guerra. Pancho Ñato pudo ver claramente que al frente, como siempre, iban Balto Alvarado y Timoteo Areas, uno de los «orejas» de la guardia genocida del somocismo.

«Si me capturan soy hombre muerto», comentó Pancho Ñato a Barreto Centeno y otros amigos que estaban cerca de él, parapetados en el mismo  árbol.

«Este asunto sigue siendo conmigo, solamente…Así que mejor no se metan», recomendó Pancho Ñato.   Los guardias notaron que todos los hombres se habían parapetados detrás de los  árboles. Todavía no sabían dónde estaba Pancho Ñato.

Los genocidas siguieron avanzando. Pancho Ñato pensó que el tiempo se le agotaba. «Pancho Ñato está  en el mango de abajo!», gritó alguien no se sabe si por miedo o para denunciarlo.

Al instante, los guardias desataron tremenda balacera hacia ese  árbol. Esto le reafirmó a Pancho Ñato que no deseaban capturarlo, pues realmente tenían orden de matarlo, no importaba cómo, ni dónde.

Ya tenía desenfundado su revólver calibre 38. En la mano izquierda tenía asido de la cacha el filoso cuchillo.

Octavio y los demás creyeron que había llegado el fin de Pancho Ñato, pero con la celeridad que le caracterizaba se tiró al suelo en posición de tendido, cubierto por el  árbol, le disparó un solo tiro al guardia que avanzaba más agresivo.

El guardia cayó fulminado de un certero balazo en la frente, lo cual sembró, otra vez, el desconcierto generalizado entre los guardias.

Este desconcierto fue aprovechado por Pancho Ñato, quien en una carrera veloz alcanzó el sitio en que estaba su caballo, el

cual ya había sido soltado del  árbol por un chavalo.

“Orejas” temerosos

Temerosos, los guardias buscaron parapeto, a pesar de que Pancho Ñato ya huía en busca de su caballo, pero esa no fue la actitud de Balto Alvarado y el «oreja» Timoteo Areas, quienes iban en su persecución y disparando.

Según Octavio Barreto Centeno, lo más asombroso que vio ese día, fue que ya montando en el caballo tordío, cuando ya se disponía a saltar el cerco, yendo en  ángulo agudo en relación a sus perseguidores

Balto Alvarado y Areas, Pancho Ñato pudo disparar cuatro balazos, acertando uno a cada uno de los criminales mencionados.

El resto de guardias se quedaron paralizados, asombrados, estupefactos de ver a aquel hombre menudo, de disparos certeros, que nadie podía detener ni con una compañía de guardias bien armados.

El tordío saltó el cerco como si tuviese alas para hacerlo, y se alejó por dentro en un potrero, donde pronto se lo tragaron los matorrales y los árboles.

Los guardias lo vieron alejarse, mientras sus dos jefes se revolcaban de dolor y en medio de la sangre en el patio de la gallera.

Los guardias no se atrevieron a seguirlo, pues además sus jefes quedaban heridos. Aquel suceso provocó mayor admiración entre los campesinos, mientras en los guardias creció la arrechura, pues aquel hombre insignificante los había humillado tres veces en poco tiempo.

Pancho Ñato apareció esta vez en los Hervideros de San Jacinto, donde tenía una mujer llamada Angelina Donaire, con la cual procreó los dos únicos hijos conocidos: Ubert y Leyla.   (Ubert fue asesinado en León por la guardia somocista antes del triunfo de la Revolución Sandinista, en 1979).

Areas estuvo en el Hospital San Vicente de León por varias semanas. La herida de Alvarado había sido menos grave y pronto volvió a las “andadas” contra Pancho Ñato.

Los especialistas genocidas en tiro no habían dado resultado.

Guardias huyen derrotados

Pancho Ñato anduvo huyendo varias semanas. Pudo apreciar que, aparentemente, los guardias genocidas de León no tenían intenciones, por el momento, de enfrentarlo cara a cara, lo cual le provocaba profunda desconfianza.

Sabía que su situación había cambiado sustancialmente, pues estaba muy claro de que la guardia genocida no descansaría hasta verlo muerto. No se equivocaba, según Luis  Morán López (ya fallecido en 2002), a quien los genocidas casi matan posteriormente.

Morán estaba muy joven y era músico campesino conocido en esas comarcas.

Era admirador de Pancho Ñato y a la vez le temía. El oía los rumores de que a Pancho Ñato se le acusaba de ladrón de ganado y de granos básicos y de que ayudaba con dinero a mucha gente pobre, según las acusaciones de los guardias, “jueces de mesta” y «orejas» de la Oficina de Seguridad de la dictadura genocida del somocismo..

Una noche, recuerda Morán López, con otros dos jóvenes tocaban guitarras en una fiesta de la comunidad de Palo de Lapa, casi a la orilla de los rieles del Ferrocarril, entre “Los Pocitos” y Malpaisillo.

Estaban en media fiesta, cuando se apareció Pancho Ñato, lo cual ocurrió después del suceso de la gallera.

Les pidió que fueran con él a tocar guitarra en otra fiesta, cerca de un lugar llamado «El Pedregal» o «La Pedrera», ubicado actualmente del Empalme de Telica hacia el Oeste, sobre la Carretera a Chinandega.

Notaron que Pancho Ñato andaba inquieto, siempre solo y acompañado por su caballo tordío. Como siempre, mucha gente lo rodeó para preguntarle qué sabía de la persecución de los guardias en su contra y de paso le ofrecían escondite y apoyo solidario.

Para entonces, ya cargaba un rifle 30-30, de ésos que casi tienen la potencia de un fusil automático.

Cayetano Machado, uno de sus contemporáneos (fallecido hace

poco tiempo) me contó que  vio a Pancho Ñato ensayando tiros a blancos móviles y fijos con el rifle en las comunidades del  Monal, Hatillo y San Jacinto, comarcas en que vivían regados sus familiares.

Machado me dijo que además se había hecho un salbeque de cuero, dentro del cual andaba más de 500 tiros para el rifle y unas 400 municiones para el revólver calibre 38.

Ayudaba a familiares

«Incluso, ya para entonces le vi una linda cutacha, bien afilada en la albarda del caballo tordío, que era su preferido, pues como vos sabés tenía también un caballo blanco», me explicó Machado.

Pancho Ñato temía que le montaran una o varias emboscadas.

«Pienso que los guardias temen enfrentarse conmigo frente a frente», le dijo a Machado, mientras practicaba tiro al blanco con el rifle.

«A pesar de esta persecución, Pancho Ñato llegaba a ayudarle a sus familiares en los quehaceres de siembras agrícolas», recordó Machado.

Morán López  y sus dos compañeros se fueron con Pancho Ñato a la fiesta cercana a «El Pedregal» o «La Pedrera». Tocaron guitarras, cantaron, bebieron licor, donde una mujer, que al parecer Pancho Ñato andaba cortejando.

Arisco, alerta por algo que podría ser inesperado, Pancho Ñato bebió muy poco licor, como siempre.

Tiroteo en la pedrera

Amanecía. Pancho Ñato se dispuso a irse, cuando repentinamente  se desató una lluvia de balazos en su contra desde unos promontorios de «La Pedrera».

No tuvo tiempo de correr a su caballo tordío. Se quedó parapetado en una piedra. Así dio comienzo un tiroteo que duró más de media hora, según recuerda Luis Morán López, casi 5O años después.

Pancho Ñato no podía correrse ahora porque virtualmente estaba a campo abierto. Los guardias, mientras tanto, estaban bien parapetados entre las piedras.

Con la serenidad de siempre, no se precipitó a disparar. Esperó a que los guardias le siguieran disparando con fusilería. Poco a poco estableció desde que sitio los guardias sacaban las cabezas para dispararle.

Según la leyenda surgida por este suceso, Pancho Ñato fue eliminando uno a uno a los guardias genocidas con su 30-30, hasta que pudo salir de rodada por el suelo y disparando al mismo tiempo, mediante lo cual pudo llegar donde tenía amarrado  su caballo tordío.

Nunca se supo cuántos guardias eran los que habían tendido la emboscada contra Pancho Ñato, ni cuántos fueron los muertos, pues según Cayetano Machado, los genocidas muertos y heridos fueron subidos en vehículos y sacados de allí antes que la gente pudiera informarse de los resultados.

Pancho Ñato despareció de ese lugar en segundos, pues igual que en otras ocasiones, su tordío saltó cercos y los guardias no se atrevieron a seguirlo.

Leyenda del brujo

Otra leyenda se acrecentó a raíz de estos sucesos de «La Pedrera», pues mientras la guardia regaba la «bola» de que

Pancho Ñato había sido herido mortalmente, la gente regó una «contrabola», la cual indicaba que al desaparecer de allí el legendario personaje, los guardias genocidas sólo habían encontrado tallos de chagüite y manojos de guate seco, en el sitio en que había estado parapetado disparando su rifle 30-30.

Esto le daba otra dimensión al asunto, pues el rumor popular indicaba que Pancho Ñato era «brujo» y que por ese motivo no lo tocaban las balas y los guardias no lo agarraban.

Ese rumor popular ubicaba a Pancho Ñato convirtiéndose en matorral, en piedra, en conejo, en tallo de chagüite, en manojo de zacate, que «oraciones especiales» lo protegían, que tenía «pacto con el Diablo», que era «cadejo», «carreta nagua», «cegua», «mocuana», y que debido a esto los guardias genocidas jamás podían atraparlo.

Por este episodio de «El pedregal» o «La Pedrera», Pancho Ñato se había convertido en un personaje invencible ante los ojos de los campesinos, y además el miedo de los guardias iba en aunmento.

En esos mismos días, Pancho Ñato» llegó a la finca «Cortezal», donde el mandador no lo conocía, según me cuenta el profesor

Miguel Zapata Dávila.

Pancho Ñato llegó solicitando un caballo fresco, para continuar su permanente «huida», pero el mandador le dijo «no tengo caballos para desconocidos».

«Es Pancho Ñato…dele el caballo, no ve que puede salir mal usted», le recomendó varias veces uno de los mozos al mandador del «Cortezal».

De mala gana, el mandador le dio el caballo a Pancho Ñato, quien ya montado jineteó el caballo obtenido, el cual dio varios saltos, mientras Francisco “Pancho Ñato”  Juárez Mendoza acertaba dos balazos en la cabeza y pescuezo de un chompipe de la finca.

«Soy Pancho Ñato…ahí les dejo para que coman», dijo y salió por la puerta de la finca del «Cortezal», donde nadie se atrevió a enfrentarlo.

Furioso el genocida Nolasco Romero

Pedro Nolasco Romero, coronel genocida, y los guardias somocistas furiosos, sin descanso lo continuaban buscando y  finalmente lo hallaron a media noche durmiendo en otra finca llamada «El Rancho», en una de las comarcas mencionadas.

Sus amigos de la finca habían ubicado a Pancho Ñato en «un tabanco» separado de la casa campesina, una especie de «segundo piso», me cuenta Jorge Rivera, quien estaba muy chavalo cuando este otro suceso.

Los guardias genocidas, al mando de Balto Alvarado, llegaron seguros de que Pancho Ñato estaba allí en ese rancho, lo cual era cierto.

El dueño de la finca se negó a informar en qué sitio estaba durmiendo Pancho Ñato, pero los guardias abrieron fuego nutrido, de varios minutos, hacia el tabanco del rancho campesino.

La sorpresa de los guardias genocidas y de todo mundo en la finca, fue que Pancho Ñato apareció, ya montado en su caballo y disparando su revólver «al aire» en la parte posterior del patio de la finca.

«! Aquí está  Pancho Ñato. Estoy vivo, quienes deseen atraparme que lo hagan ahora¡», gritó mientras disparaba hacia dónde estaban los guardias, sin aparente intención de herirlos, y al mismo tiempo huía con su tordío, saltando los cercos de la finca.

En el rancho pensaron, momentos antes, que Pancho Ñato no había quedado vivo porque contra el ranchito y el tapesco, la guardia había disparado un diluvio de balazos.

Se supone que Pancho Ñato, con ese «sexto sentido» que le acompañaba siempre y un sueño «muy liviano», había detectado a tiempo la presencia cercana de los guardias y se había bajado del «tabanco», desplazándose sigilosamente hacia la parte posterior de la casa-finca.

Según Jorge Rivera, supusieron también que mucho antes, desde tempranito, se había bajado del «tabanco», en prevención de que los guardias podían llegar a buscarlo en la finca.

El mismo Pancho Ñato contó después, entre divertido y furioso, que había estado observando cómo los guardias mientras disparaban centenares de balazos al rancho y tabanco de la finca, desde un sitio oscuro de la finca.

La persecución, sin embargo, siguió siendo feroz y “sin tregua”. Con pocos días de diferencia, se registró otro encontronazo en una finca que le decían «Nisperal», en las cercanías del Zanjón de Santo Cristo.

Según los relatos, en compañía de varios amigos Pancho Ñato se echó unos traguitos, un día domingo. Dejó que sus acompañantes bebieran hasta emborracharse, él ingirió poco licor.

Eran tres con él. Se acostaron bajo las sombras frescas de uno de los nísperos de la finca. Con las precauciones de siempre,

Pancho Ñato se acostó con el rifle 30-30 agarrado en el lado derecho, mientras el revólver calibre 38 permanecía desenfundado en el lado izquierdo.

Un ojo cerrado, el otro abierto, ¡y el disparo al blanco¡

Como se dice popularmente, «duerme con un ojo cerrado y el otro abierto». “! Ojo al Cristo¡” Así estaba Pancho Ñato, cuando repentinamente escuchó un ruido sigiloso de alguien que intentaba cruzarse un cerco de piñuelas altas de la finca mencionada.

Aquel ruido no era el de una vaca, cerdo o caballo, intentando cruzar el cerco de piñuelas.

Pancho Ñato giró sobre su cuerpo tendido en el suelo y se puso en posición de tiro con el rifle hacia el cerco. En esos instantes, uno de los guardias cruzaba el cerco y se disponía a dispararle.

El guardia genocida cayó de bruces al recibir un impacto de bala en la frente, a unos 30 metros de donde estaba acostado

Pancho Ñato. Le hizo otro certero disparo en la cabeza a otro guardia que estaba en medio del cerco. Los otros, más de 20, no se atrevieron a cruzar el cerco, ni a seguirlo.

Pancho Ñato fue corriendo a su caballo tordío y como siempre saltó alambrados y desapareció del escenario mortal que los guardias le habían tendido otra vez.

Estos episodios se repitieron una y otra vez en las comarcas periféricas de León, Telica  y Malpaisillo.   Pancho Ñato contaba con un sistema de espías eficientes, al mismo tiempo, que le mantenían informado de los movimientos de Balto Alvarado y sus guardias genocidas.

Nadie supo cómo se enteró, pero conoció al detalle que Alvarado le tendería una nueva emboscada en la llamada «Cuesta» de El

Apante, por donde Pancho Ñato pasaba frecuentemente jineteando uno de sus caballos.

Era un sitio escabroso en las faldas del Cerro de Rota, por el lado Oeste del coloso volcánico, yendo hacia los Hervideros de San

Jacinto. Esto allí estaba lleno de piedras y era muy resbaloso, en ese tiempo, me indica Valentín Morán Valle, hombre ya anciano, residente en las cercanías del Ojochal, al Sur del poblado de San Jacinto.

Al enterarse de esta próxima emboscada, Pancho Ñato se fue a instalar en unas lomas del Cerro de Rota, muy cerca del sitio escogido por los guardias genocidas para matarlo.

Dejó que se aproximaran y cuando estuvieron cerca les hizo varios disparos, provocando una estampida despavorida de los guardias hacia el lado de San Jacinto, de donde habían llegado a pie.

Unas dos semanas después se encontró Pancho Ñato con otra sorpresa en las cercanías de la Estación del Ferrocarril de

Rota, la cual estaba situada al pie de las faldas del coloso volcánico, por el lado Este, en el punto opuesto de la anterior emboscada.

A un lado de los rieles acerados, había un camino carretero y para caballos, entre matorrales y frondoso  árboles de ceiba, genízaros y guanacastes de entonces.

Entre la palizada cercana a la Estación del Ferrocarril, los guardias de Balto de Alvarado le tenían ya montada una nueva emboscada, porque sabían que por allí pasaba Pancho Ñato con frecuencia.

A unos mil metros al Oeste, sobre los rieles hacia la ciudad de León, un grupo de vecinos, escondidos, esperaban a Pancho

Ñato, para informarle que los matones oficiales estaban emboscados para matarle.

Ya enterado, se subió a las faldas del Cerro de Rota, descubrió dónde estaban escondidos sus perseguidores y finalmente les hizo disparos al aire, provocando otra vez la huida de los guardias genocidas.

Frente al Cerro de Rota, un poco al Norte, hay dos cerritos elevados a los cuales les dicen «los cerros cuapes», por donde Pancho Ñato acostumbraba pasar para el lado de las minas de El Limón y Santa Pancha.

Otro relato me indica que más o menos un mes después de lo ocurrido por la Estación ferroviaria de Rota, un grupo de civiles con guardias le montaron otra emboscada a Pancho Ñato en un sitio de los «Cerros Cuapes».

En esta ocasión casi cae en la trampa genocida. Se salvó, me cuentan, gracias a que un niño por casualidad descubrió a unos

20 civiles y militares escondidos entre matorrales y arbustos a la orilla del camino solitario y oscuro, en medio de los dos cerritos.

El chavalo fue a informar a sus padres de su hallazgo hacia el lado de un caserío por la entrada del camino hacia las Minas de oro, plata, nikel, cobre y otros metales de El Limón y Santa Pancha.

Desbaratada la emboscada mortal

Aparentemente, los genocidas conocían que Pancho Ñato ocupaba de vez en cuando esta otra vereda para ir hacia los minerales mencionadas.

Por esas casualidades sorprendentes, el hallazgo del niño coincidió con la llegada de Pancho Ñato al caserío, ubicado a más o menos un kilómetro al Norte.

Pancho Ñato fue informado de la trampa mortal que le tenían preparada en los «cerros cuapes», sitio ocupado como zona de pastaje para ganado.

Sigilosamente, Pancho Ñato se subió a uno de los Cerros Cuapes por el lado opuesto en que le tenían preparada la emboscada. Pancho Ñato, entrado en cólera, pero guardando la correspondiente prudencia de siempre, se acercó por entre los matorrales y desde una parte alta les abrió fuego a sus enemigos, esta vez no al aire, sino calculando acertar tiros en medio del bosque.

Los matones, sorprendidos, empezaron a correr y al mismo tiempo disparaban sus armas al aire. Pancho Ñato hizo una corta persecución y se afirma que, mientras tanto, los hombres corrían llenos de pánico en todas direcciones.

Se dijo que resultaron heridos no menos de tres de estos matones.

Hilario López Barreto me contó que en esos mismos días de las emboscadas, los somocistas genocidas intentaron matar a Pancho Ñato sólo con hombres civiles armados en los llamados Chorros de San Jacinto, un poco al Norte de los famosos Hervideros del mismo nombre.

Un grupo de cinco civiles, recuerda Hilario López Barreto, se hicieron sospechosos en los Chorros de San Jacinto, adonde acudían decenas de mujeres y hombres a lavar ropa sucia, “aguar ganado” y obtener agua limpia de pocito construidos especialmente.

Los desconocidos llamaron rápidamente la atención porque estaba claro que no eran de San Jacinto.  Pancho Ñato fue informado de la nueva trampa y optó por tomar otro camino hacia El Apante y la Cruz, territorios que también visitaba con frecuencia.

Entonces, al fracasar en varios intentos mortales, la guardia genocida, acantonada en León, jefeada por Pedro Nolasco Romero, cambió de táctica, aparentemente para no seguir quedando en ridículo ante el populacho campesino, y con la finalidad evidente de no alentar aquella leyenda, que ya era una especie de “vengador” solitario contra la tiranía en favor de pobres, por lo menos en este sector cercano a León.

El cambio de táctica consistió en que después de estos sucesos se prepararon otras emboscadas, pero ahora por gente  civil, con presencia menos ostensible y menos numerosa, aunque siempre jefeadas por Balto o “Natividad” Alvarado, jefe de los guardias genocidas somocistas en San Jacinto.

Perfecciona espionaje

Pancho Ñato, al mismo tiempo, hizo más refinado su sistema de espionaje por medio de amigos, familiares y él mismo perfeccionó su nivel de información sobre desconocidos presentes o recién aparecidos en las comarcas del Monal, Hatillo, Palo de Lapa, Monte Redondo, Ojochal, San Jacinto, Apante, Tololar y las pequeñas ciudades de Telica y Malpaisillo.

Incluso, según Cayetano Machado, ya nunca volvió a dormir en sitio definido, ni conocido por sus familiares, amigos y vecinos.

De ese modo, pudo burlar otras decenas de emboscadas en los próximos meses, montadas unas en cantinas y otras en caminos solitarios, todas las cuales fracasaron por el sistema de espionaje de Pancho Ñato, según Machado.

Pancho Ñato se perdió en aquellos potreros inmensos y bosques cada vez más ralos en su caballo tordío.  En esos días comenzó una cacería de capturas de amigos y familiares de Pancho Ñato, a los cuales se les interrogó y torturó para que dijeran por dónde se movía este legendario personaje.

Base social entre campesinos

Fue poco lo que pudieron averiguar, pues Pancho Ñato ya había desarrollado la habilidad de mantener en secreto cómo y por dónde andaba y al mismo tiempo su base social le permitía mantenerse informado de los movimientos de Balto o “Natividad” Alvarado y su pandilla de genocidas.

Como la guardia pasó a la ofensiva de capturar familiares y amigos suyos, Pancho Ñato decidió desaparecer por un tiempo, otra vez.

Se fue a Honduras, donde pasó varios meses, supuestamente en Choluteca, Ciudad cercana a la frontera con Nicaragua.

El mismo Pancho Ñato se encargó de relatar otra historia de ribetes sensacionales cuando estuvo de regreso en las comarcas cercanas a León.

Relató a Pascual Donaire, familiar y amigo suyo, que cuando regresaba con sus caballos cargados de ropa, fue emboscado en uno de los “pasos fronterizos” por supuestos agentes aduaneros, pero después supo que en realidad se trató de otra trampa de los guardias genocidas.

Salvado por caballos

Nunca supo cuántos hombres lo atacaron a balazos. «Fue una lluvia de tiros. Me salvé por la habilidad de mis caballos y la mía misma», le confesó a Pascual Donaire.

En esa gira a Honduras no andaba su rifle. Portaba el revólver 38, su filoso cuchillo y una cutacha larga. Previendo, como siempre, se dotó de casi mil tiros cuando regresaba de Honduras.

Relató que el tiroteo duró casi dos horas. Logró parapetarse detrás de unas piedras, donde sus caballos se mantuvieron fieles, a pesar del infernal ruido del tiroteo.

De allí pudo escapar, relató a Pascual Donaire, porque su tordío saltó piedras, corrió entre matorrales, mientras él iba colgado a un lado de la albarda y jalando también a su caballo blanco.

Lo persiguieron, pero no le dieron alcance porque agarró por cerros inhóspitos. El estaba seguro de haber herido por lo menos a cinco de sus atacantes, mientras él, Pancho Ñato, sacó heridas de refilón en brazos y piernas.

Al llegar a las comarcas cercanas a León, fue curado por sus familiares y amigos.  Vendió, como siempre, la ropa que traía de Honduras y regaló dinero entre sus amigos más pobres.

Y se encontró también con la «novedad» de que de boca en boca se ofrecían cinco mil córdobas por entregar «vivo o muerto a Pancho Ñato».

Traidor echado al pozo

Cinco mil córdobas, en aquellos días, era un capital. Pancho Ñato se rió y se arrechó al mismo tiempo, pues sabía que aquello era

una invitación a que lo mataran a traición. Los campesinos de las comarcas en que se movía le reiteraron su apoyo incondicional.

Sin embargo, en esos días su hermana Carmen Mendoza le dijo a Pancho Ñato que un tal Chavarría deseaba verlo, para hablar con él.

El Chavarría era un peligroso delincuente, asaltante y ladrón de ganado, que tenía una condena de varios años por éste y otros delitos. Supuestamente estaba preso en las Cárceles de «La 21», donde cumplía condena.

Estableció también que Chavarría había sido guardia genocida. En otras palabras, era un sujeto doblemente peligroso. Averiguó todos estos detalles antes de conceder la entrevista a Chavarría. Este, Chavarría, se había convertido en amante de su hermana Carmen, quien no conocía a este peligroso sujeto.

Pancho Ñato sacó como conclusión que aquel sujeto, sólo identificado como Chavarría, en aquellos momentos, no podía ser otro que un emisario mortal de los guardias genocidas, pues Francisco “Pancho Ñato” Juárez Mendoza había aprendido a conocer al detalle a todos los campesinos de las comarcas aledañas a León.

Cuando ya sabía todo sobre el tal Chavarría, Pancho Ñato le mandó a decir que se vieran donde su hermana.

Con amigos tramó la captura de Chavarría, lo cual hicieron cuando éste iba llegando a la casa de la hermana de Pancho Ñato.

El Chavarría quiso reaccionar sacando un revólver, pero Pancho Ñato le advirtió que mejor lo guardara, «pues si intentás algo, te pasconeo la frente a balazos».

Desarmaron a Chavarría y lo llevaron a unos matorrales, donde le arrancaron la confesión de que el coronel Pedro Nolasco Romero lo había «sacado libre» a cambio de que se encargara de matar a traición a Pancho Ñato.

También le habían ofrecido los cinco mil córdobas de recompensa.

«Te vamos a matar por doble razón. Primera, porque vos sí sos un delincuente peligroso, matón, que te estás prestando a un juego realmente sucio; segundo, porque sos traidor, miserable», le habría dicho Pancho Ñato a Chavarría.

Le pegó un tiro en la cabeza y después echaron su cuerpo sin vida a un pozo profundo. Enviaron un emisario a Balto Alvarado para que fuese a sacar el cadáver de Chavarría del pozo mencionado.

Somoza, criminal, quería hablar con él

Poco después Pancho Ñato se encontró con otra «novedad». El tirano Anastasio Somoza García, en persona, deseaba hablar con él.

Se asombró, pero no respondió nada. Poco después le fue enviado un emisario de Somoza, no identificado, que le decía a Pancho Ñato que un tal general Plata, quería verlo en nombre del tirano genocida.

Este “general Plata” supuestamente era de origen hondureño. Le mandaban a decir a Pancho Ñato que fuera a León, para entrevistarse con Plata.

«Si quiere hablar conmigo, búsqueme en El Hatillo, pero no venga con la pacotilla de asesinos que me siguen, porque no respondo», fue el mensaje que envió de regreso Pancho Ñato al “general Plata”.

Lencho Valencia Juárez asegura que “Plata” llegó solo a El Hatillo, donde con un discurso de admiración fingida le dijo a Pancho Ñato que «yo esperaba encontrarme a un hombre mal encarado, pero es usted un ciudadano sencillo, amable», con el fin de halagarlo.

Valencia Juárez añade que de este modo se había puesto en práctica el nuevo plan tenebroso para eliminar a Pancho Ñato, lo cual le fue advertido por sus familiares y amigos al legendario “Robin Hood” comarcal.

“Plata” le habría dicho que Somoza García deseaba hablar con él, verlo personalmente. «Nada bueno debe querer», se afirma respondió Pancho Ñato.

Habla por teléfono con Somoza

Valencia Juárez relata que Pancho Ñato argumentó no tener confianza en quienes lo habían perseguido por gusto y acusado de ladrón de ganado, sin serlo, y que además lo querían matar, en vez formularle un juicio criminal o civil en León.

Los conocedores cercanos de Pancho Ñato, incluyendo a Valencia Juárez, aseguran que el legendario personaje fue a León a hablar por teléfono con Somoza García.

Supuestamente, puso como condición no entrar a ninguna parte encerrada, no desarmarse y ser acompañado por algunos de sus familiares y amigos.

Otros dicen que Pancho Ñato viajó a Managua, pero Valencia Juárez dice que no. Supuestamente, mediante esa conversación telefónica, Somoza García le habría dicho que se alejara de los ladrones de ganado.

Pancho Ñato habría contestado que él nada tenía que ver con ladrones de ganado, y pidió que lo dejaran en paz, que él, Pancho Ñato, deseaba vivir tranquilo.

Delitos ajenos

Sin embargo, se afirma que Somoza García y otros jefes militares genocidas de León, le sostenían que de todas maneras su hermano Julio y su cuñado Renato Altamirano, eran ladrones de ganado, Acusación que se la lanzaban a Pancho Ñato también.

«Yo nada tengo que ver con eso, y no tengo por qué cargar  delitos de otros», habría respondido “Pancho Ñato”,  otra vez.

Mediante esa conversación, Somoza García le habría prometido no perseguirlo más si se alejaba de los ladrones de ganado y también le ofreció que podrían darle un cargo en un cuartel de la guardia genocida somocista en  Malpaisillo, lo que pareció ser una jugada, una trampa, para ganarse la confianza de Pancho Ñato.

«Yo no puedo prometer nada», contestó Pancho Ñato a Somoza García, según varios de sus contemporáneos.  Dejaron de perseguirlo por un tiempo, unos cuantos meses, quizás.  Presuntamente, el mismo Pancho Ñato trató de calmar a su hermano Julio y a su cuñado Renato, para que no se anduvieran metiendo en más problemas, debido a los cuales le acusaban a l también.

El ardid estaba corriendo, según considera Lencho Valencia Juárez, quien afirma que familiares y amigos le aconsejaron a

Pancho Ñato que se fuera por un buen tiempo a Honduras, con el fin de disipar los planes de asesinato en su contra.

Se negó sistemáticamente. «No tengo por qué irme. Nicaragua es mi país», habría respondido.

Cita mortal en Malpaisillo

Aparentemente, la no persecución sistemática en esos meses, le dio alguna confianza, especialmente por lo que le había dicho Somoza García, el asesino del General  Sandino y de varios miles de patriotas en Las Segovias.

Nadie de sus amigos, familiares y demás contemporáneos está  absolutamente claro de por qué Pancho Ñato acudió a  una cita mortal que le hicieron los guardias genocidas en Malpaisillo, encabezados por un teniente llamado Otoniel Hernández.

Ramón Urbina Betanco recuerda que Pancho Ñato llegaba frecuentemente a Malpaisillo porque en esa población estaba su madre Jerónima Juárez. Además, añade, de vez en cuando hacía comercio en Malpaisillo.

Se presume que Pancho Ñato andaba confiado por lo que le había dicho Somoza García, acerca de que a lo mejor podrían darle un «cargo» en uno de los cuarteles de la Guardia Nacional, en Malpaisillo.

«Te van a matar, hombre Pancho. La guardia no te perdonará  jamás que le hayas matado a numerosos de sus hombres, considerados, inclusive de los mejores tiradores. Además, te has dado el lujo de ponerlos en ridículo frente a la población», le advirtió varias veces Cayetano Machado.

Era un día soleado de 1952 en Malpaisillo. En la pequeña ciudad caminaban centenares de personas, unas iban a sus trabajos en las milpas, algodonales y otros simplemente se dirigían con sus tiradoras y perros a buscar garrobos en las faldas de los pedregosos Cerros Volcanes: Negro, Las Pilas y Rota.

La Estación del Ferrocarril estaba llena de gente. Los comerciantes y productores pequeños ofrecían pan caliente, cosa de horno, comida, refrescos, pipianes, huevos de gallinas, queso, cuajada fresa, mangos maduros, jocotes zazones, ayotes y sandías.

En el cuartel de los genocidas en Malpaisillo había un movimiento no acostumbrado, aunque nadie, en la Ciudad sabía por qué motivos.

Era un día  de julio de 1952, antes que Rigoberto  López Pérez ajusticiara al tirano, recuerda Luis Morán López.

De repente, Pancho Ñato fue visto entrando, otra vez, en una de las calles de Malpaisillo. Aquello llamó la atención, porque se suponía que en aquellos días andaba huyendo de la guardia, para evitar que lo mataran.

Urbina Betanco recuerda que al llegar a la Estación del Ferrocarril, alguien le dio un mensaje a Pancho Ñato de que lo esperaban en el cuartel, para ir a perseguir, supuestamente, a unos ladrones de ganado (¿¿??).

Presuntamente, ya había “aceptado el «cargo» ofrecido por Somoza García, uno de los peores asesinos, instalados en el poder político por los también genocidas del gobierno de Estados Unidos a raíz del asesinato vil del General de Hombres Libres, Augusto C. Sandino.

Nunca se supo exactamente por qué llegó Pancho Ñato a Malpaisillo. Unos dicen que le ofrecieron incorporarse a un grupo de perseguidores de ladrones de ganado, otros que llegaba a dialogar, supuestamente, en torno a las condiciones que se le ofrecian para que ya no siguiese huyendo.

En menor proporción, otros consideran que Pancho Ñato llegó por los supuestos ofrecimientos de Somoza García para que se hiciera cargo de un cuartel de la GN genocida.

Ninguna de estas teorías ha sido probada.

El asunto es que Pancho Ñato entró al cuartel de la Guardia Nacional somocista, genocida, traidora,  en Malpaisillo.

Dejó su caballo tordío amarrado fuera del cuartel, mientras en las calles se armó un murmullo de seres humanos, pues la gente temía que algo terrible estaba por pasarle al “Robin Hood” comarcal del Departamento de León, tierra de Rubén Darío, Tino López Guerra, José de la Cruz Mena, Juan de Dios Vanegas, Mariano Fiallos Gil y Antenor Sandino Hernández.

Se bajó de su brioso caballo tordío, lo amarró en un poste de la calle, mientras el Sol, fuente de vida eterna,  iluminaba intensamente el ya conocido ambiente social y económico algodonero de estos pueblos socialmente enfermos y sometidos por la dictadura somocista, en el Departamento de León.

Se afirma que con paso  ágil, ingenuo, viendo de frente, entró “Pancho Ñato” al cuartel GN genocida  con su rifle 30-30 y confiadamente lo puso a un lado, en una pared rústica, sin el repellado típico de pinturas coloridas, lo cual no era su costumbre de hombre profundamente desconfiado, mientras conservaba su revólver 38 en la cintura, cargado visiblemente hacia la parte trasera de su cuerpo lleno de leyendas heroicas y populares.

Pancho Ñato saludó afectuosamente y brindó el olivo de la paz, estirando la mano derecha para que se la estrecharan.

Soñaba con no verse perseguido por los guardias genocidas, según Valencia Juárez y Luis Morán López.

Traición consumada

El plan traidor para capturarlo, desarmarlo y asesinarlo seguía en marcha con sigilo macabro e infernal en aquel momento.

Supuestamente, Otoniel Hernández y Cipriano Torrez, dos oficiales genocidas de la GN, lo invitaron a firmar un documento de presunta invitación de que aceptara un «cargo», para convertirse en perseguidor de ladrones de ganado.

Otros dicen que se dispuso a leer, dentro del comando GN  somocista genocida, el papelito que alguien le había dado en la Estación del Ferrocarril. Este comando GN estaba ubicado al Este de la casa de Félix Pedro Alfaro, uno de los terratenientes, colaboradores directos de la guardia y uno de los criminales del somocismo genocida en Malpaisillo, pues inclusive era parte del “escuadrón de la muerte” de la tiranía somocista en este pueblo, ubicado al Noreste del Departamento de León.

Presuntamente, estaba Pancho Ñato leyendo ese papel, cuando de repente varios guardias genocidas, encabezados por Otoniel Hernández y Cipriano Torrez, se le abalanzaron por detrás y le arrebataron el revólver 38 que tenía cargado hacia atrás, al mismo tiempo que lo aprisionaban físicamente por delante y por detrás.

Quiso zafarse, pateó, gritó, como bejuco atrapado por un pulpo, se movía de un lado a otro en el aire. «¬Esto es una trampa, me van a matar, Somoza me mandó a matar!», gritaba a todo pulmón.

Era muy pequeño, menudo, para zafarse de aquella pacotilla de asesinos genocidas. Además, no menos de diez hombres al instante le habían colocado «esposas» en las manos y grilletes en los pies.

Estaba «listo» Pancho Ñato era incapturable cuando estaba suelto, con su revólver y el rifle 30-30 en la mano, pero ahora lo tenían, finalmente, capturado, reducido a nada!

Se afirma que personalmente Otoniel Hernández lo comenzó a patear en el suelo del comando genocida, mientras la sangre de Pancho Ñato resbalaba por su rostro, debido a heridas causadas por puñetazos y patadas.

«Se llegó tu fin, hijoputa. Ahora vas a saber lo que es «sabroso», le decía Otoniel Hernández a cada momento.

Comienza la cacería

La noticia de la captura de Pancho Ñato corrió como reguero de pólvora encendida en Malpaisillo y las comarcas.

En medio del desconcierto popular, después de torturarlo en el suelo, amarrado, Pancho Ñato fue llevado en hombros a una góndola del Ferrocarril, la cual fue cerrada con llave y al mismo tiempo custodiado por decenas de guardias genocidas.

Al instante, se desató una inmensa cacería de todos los que eran amigos y familiares de Pancho Ñato en Malpaisillo, Telica, San Jacinto, Monal, Hatillo,  Tololar, Palo de Lapa, Monte Redondo y Ojochal.

Fueron capturados más de 400 hombres, todos campesinos y obreros agrícolas, acusados de ser ladrones de ganado para que Pancho Ñato lo vendiera en León.

Ese fue el pretexto de los genocidas. Fueron capturados Julio, el hermano de Pancho Ñato y su cuñado Renato. También fueron atrapados en sus casas de San Jacinto, Luis Morán López y Manuel Centeno, padre, entre otros.

Cayetano Machado relató que durante aquella cacería sacaban a los campesinos a culatazos y patadas de sus humildes viviendas.

Para evitar que el escándalo fuese mayor, todos los capturados fueron llevados a la hoy Comarca y Estación ferroviaria de Rota, al pie, por el lado Este del Volcán Rota,  un lugar solitario, detrás de este famoso cerro apagado, colindante con el Cerro Negro.

Ambos cerros están ubicados en el costado Sur de Malpaisillo, a pocos kilómetros de las comarcas en las cuales se movía Pancho Ñato.

Una nueva masacre genocida

En ese tiempo, allí en Rota sólo existía la caseta de la Estación del Ferrocarril. Era solito, propio para este tipo de operaciones de exterminio, como hacían los nazzi en Europa.

Allí, en ese paraje solitario, fueron subidos a las góndolas de carga todos los prisioneros. Pancho Ñato permanecía enjaulado en una de esas góndolas.

Nadie podía protestar en ese sitio oscuro y solitario, rodeado de bosques y montañas, donde sólo se escuchaban los cantos nerviosos de pájaros y de aves nocturnas como las lechuzas y pocoyos.

Luis Morán López, uno de los capturados, relata que a todos los llevaron a León.

Todos iban con justificado miedo, porque era costumbre genocida, en esos días, fusilar o asesinar en el Fortín de Acosasco, a los que acusaban de ladrones. (El “Fortín de Acosasco” era una cárcel y lugar de torturas que tenía la Guardia Nacional somocista genocida, al Sur del Barrio Subtiaba, en León).

Todos los capturados fueron puestos bajo llave en los vagones de lujo y en las góndolas para los canastos de frutas. Los  guardias genocidas se situaron en el techo de los vagones del Ferrocarril del Pacífico de Nicaragua.

El Tren partió de noche, para evitar aglomeraciones de gente y testigos en las Estaciones del Ferrocarril en  Los Pocitos y la propia Ciudad de León.

Antes que amaneciera, con el silencio nocturno, todos los presos habían si metidos a las jaulas mortales genocidas de «La 21» y del «Fortín de Acosasco».

Se supo que la guardia también buscaba a Abelino Juárez, a Pancho García, a Benito Centeno, a Juan Santos Urbina, quien en esos días era también acusado por la guardia somocista porque había ajusticiado a varios patrones que daban mal trato a los obreros agrícolas en las mismas comarcas frecuentadas por Pancho Ñato.

También buscaban a Antonio “Toño” Juárez, a “Shanguelo” Medina, Benancio y

Gabriel Donaire, Pablo Vargas, María Elsa Juárez, entre otros, porque todos eran familiares y amigos de Pancho Ñato, pero habían logrado esconderse a tiempo.

Nadie supo en qué sitio los somocistas genocidas metieron a Pancho Ñato.

Tal vez en la tenebrosa Cárcel de «La 21», quizás lo llevaron a los sótanos macabros del «Fortín de Acosasco», donde los guardias genocidas ya habían asesinado a centenares de personas de León.

Por confusión matan a Manuel Centeno padre

Una de las cosas terribles de aquel suceso fue que capturaron a Manuel Centeno, padre, en vez de a su hijo Manuel, quien era   buscado por la guardia porque supuestamente era «colaborador» de Pancho Ñato o ladrón de ganado, lo que, por supuesto, jamás se probó legalmente en un juzgado.

A Luis Morán López lo metieron en «La 21», donde al segundo día de su captura lo llegaron a interrogar con la acusación de que él robaba ganado para que Pancho Ñato lo fuese a vender a León.

Negó tal aseveración. «A vos te han visto con Pancho Ñato», añadía la acusación de la pacotilla de genocidas de León.

«Sí, conozco a Pancho Ñato, como lo conocen montones de gentes en las comarcas de León, pero yo no soy ladrón de ganado. Si Pancho Ñato dice tal cosa, tráiganlo aquí, que me lo diga en mi cara. Qué alguien me diga de frente cuándo me vieron robando ganado y sobre todo con Pancho Ñato, a quien, además no le conozco tal práctica», respondía Morán López mientras lo golpeaban.

«Sí, ya te vamos a traer a Pancho Ñato, para carearlo con vos», le decían los guardias a Morán López, pero tal cosa nunca ocurrió al término, quizás, de una semana.

Fusilados por órdenes de Somoza García y Pedro Nolasco Romero

En las dos cárceles tenebrosas, como ya era costumbre genocida, corría el rumor de que los prisioneros campesinos estaban siendo fusilados, según órdenes de Somoza García, ejecutadas por el criminal coronel Pedro Nolasco Romero, jefe del cuartel de la Guardia Nacional somocista genocida en León.

Al mismo tiempo, familiares y amigos de los presos se movían en torno al comando genocida de León, amparados en finqueros influyentes, para que los capturados no fuesen asesinados.

!Qué va, hombre! Caer  en esas cárceles con los antecedentes de Pancho Ñato, eran muertos seguros!, comenta Pascual Donaire.

Nadie de los sobrevivientes, entre ellos Luis Morán López, vieron a Pancho Ñato en ninguna de las dos cárceles.

Sólo se rumoraba que los prisioneros eran sacados en grupos de cinco, diez y tal vez 20, para fusilarlos en el «Fortín de Acosasco» o en otros sitios, cuyas identidades nunca se supieron.

En pocos días se supo que habían sido fusilados Julio Juárez, hermano de Pancho Ñato y su cuñado Renato Altamirano, bajo la acusación de que eran ladrones de ganado.  También fue fusilado Manuel Centeno, el leñador, que fue capturado por equivocación.

Luis Morán dice que oyó en «La 21» cuando interrogaban a Manuel Centeno: ¿Cómo te llamás vos?, preguntaron.

«Manuel Centeno», respondió. «!Ah, pues,  si, vos sos, papito, no creas que te vas a capear. Vos sos uno de los que han dado con Pancho ´Ñato!», le dijeron a Manuel Centeno padre. Su hijo, llamado también Manuel Centeno, se salvó gracias al mismo nombre de su padre.

¿Dónde mataron a Pancho Ñato? Seguramente lo sabe Pedro Nolasco Romero, quien todavía vive (2002)  en la Ciudad de Masatepe y que por supuesto nunca quiso hablar del asunto, ni fue castigado por estos asesinatos en masa.

¡Luis Morán logró salvarse¡

Según los cálculos, unos 200 de aquellos capturados, fueron asesinados en las cárceles somocianas de León.

Los otros, el resto de los capturados, ejerciendo una defensa solitaria y valiente y por influencias de finqueros, lograron salir vivos de aquel infierno genocida, incluyendo a Luis Morán, quien vivía en la orilla de los Hervideros de San Jacinto, en el Municipio de Telica..

Aquí nació otra espectacular leyenda sobre Pancho Ñato.

Esta indicaba que Pancho Ñato había sido fusilado en una zanja profunda con un grupo de los capturados. Los guardias, supuestamente, se habían ido a hacer otras diligencias, dejando la zanja sin echarle tierra, y creyendo que todos estaban muertos.

¿Pancho Ñato fue fusilado en Acosasco?

¡Su cadáver no fue encontrado¡

Cuando volvieron, dice la leyenda, el cadáver de Pancho Ñato no estaba. En su lugar, habían tallos y hojas de chagüite, acomodados de tal manera, que tenían similitud con un cuerpo humano.

La leyenda creció, otra vez, cuando Ignacio Rivera García, Cayetano Machado, Luis Pineda Baca, Goyo Matamoros, Tula Guerrero, Luis Baca, Abraam Escoto, Asunción Pozo y Pablo Vargas, aseguraron haber visto vivo a Pancho Ñato en Hatillo y Ojochal, después  de aquella matanza genocida en León.

Varios de ellos, inclusive, aseguraron que Pancho Ñato estuvo en sus casas, que le dieron de comer y de beber café negro y tibio (pinol cocido).

Aseguran haber conversado ampliamente con Pancho Ñato sobre la conveniencia de que el legendario personaje se fuese por un tiempo  muy prolongado a Honduras, donde tenía amigos y base social afianzada a su favor.

¿Pancho Ñato se fue a Honduras?

Ellos afirman, inclusive, que Pancho Ñato les habría dicho que volvería de Honduras el día que cayeran del poder político los Somoza y la guardia somocista genocida.

«De la manera actual, no puedo vivir en Nicaragua.  En Honduras he hecho amigos. Allí  puedo vivir un buen tiempo», habría sostenido Pancho Ñato.

La leyenda se tejió de tal manera, que inclusive se llegó a afirmar, en aquellos días, que Pancho Ñato había hecho un arreglo con la guardia somocista genocida, para que él  desapareciera del mapa, que se fuera a Honduras por un tiempo muy prolongado.

Según esa leyenda, después de la matanza genocida, a Pancho Ñato lo vieron en el Tololar, en el Ojochal, en San Jacinto, en el Monal y en Malpaisillo, donde vivía su madre Jerónima Juárez.

La leyenda creció más cuando su madre Jerónima Juárez  hizo novenarios y misas dedicadas a Julio Juárez y Renato Altamirano, pero no a Pancho Ñato, porque según ella, su hijo estaba vivo, e iba ella en esos días para Honduras.

«Yo no creo esa historia. La verdad es que mataron a mucha gente y creo que Pancho Ñato se fue en esa matanza», expresó Luis Morán López, uno de los sobrevivientes. «Yo me salvé de puro milagro», añadió con tristeza cuando recordaba esos acontecimientos.

Su hija Leyla y sus nietas no creen esa historia

«Yo tampoco creo en esa leyenda, porque otros sobrevivientes han dicho que en realidad Pancho Ñato fue fusilado en el «Fortín de Acosasco», consideró Lencho Valencia Juárez.

«Yo me he resistido a creer esa historia de que mi padre está  vivo, aunque me duela. Todo indica que lo asesinaron cuando esas matanzas en las cárceles de León», dice Leyla María Donaire Juárez, la única hija sobreviviente y conocida de Pancho Ñato.

Ella afirma que su madre, Angelina Donaire, quedó embarazada de ella cuando Pancho Ñato fue fusilado en León. Angelina era también madre de Ubert, mayor que Leyla, asesinado por la guardia genocida durante la Insurrección Final para derrocar a la dictadura somocista, en 1979.

La misma Leyla afirma que su abuela Jerónima tercamente siguió afirmando que su hijo Pancho Ñato se había ido para Honduras.

Doña Jerónima, se afirma, viajó en numerosas ocasiones a Honduras, después de la matanza, para ver a su hijo Pancho Ñato.

Esos viajes se detuvieron cuando Jerónima falleció hace ya unos  20 años (Abril del 2002).

«Por ahí dicen que Pancho Ñato sigue vivo. Es posible. Si te fijás, a estas alturas ya se habla más de él, porque su historia estuvo prohibida por mucho tiempo», expresa Pascual Donaire, quien posee una pulpería en el caserío de San Jacinto, ubicado entre los bordes de los Hervideros de San Jacinto y la masa geológica del Volcán Rota.

Pascual Donaire es familiar de la que fue mujer de Pancho Ñato,  Angelina, la madre de Leyla María.

Su esposa o viuda se niega a hablar

Angelina Donaire, residente todavía en San Jacinto, se niega rotundamente a hablar de quien fuera su marido Pancho Ñato y padre de sus dos hijos: Ubert y Leyla.

«No sé nada. No quiero hablar de eso», responde con aparente mucho miedo. Es una mujer de más de 7O años (al año 1999). Se afirma que cuando fue mujer de Pancho Ñato era casi una niña, jovencita.

Pancho Ñato no fue visto nunca más. Su esperado retorno de Honduras tampoco se produjo jamás. Doña Jerónima jamás dio su supuesta dirección en Honduras. Se suponía en algún lugar de Choluteca.

Por relatos de su madre, Angelina Donaire, Leyla sabe que los caballos de Pancho Ñato fueron robados por los guardias somocistas genocidas de León, y que sus amigos y familiares se vieron obligados a huir durante unos diez años.

Se mantenían refugiados en los cerros-volcanes de Rota, San Jacinto, Telica, Momotombo y Pilas-Hoyo.

Entre amigos, familiares y campesinos en general se impuso el silencio en las comarcas cercanas a León. Nadie quería hablar de Pancho Ñato «por temor a que fuesen asesinados», analiza Octavio Barreto Centeno, mi padre.

La fama de Pancho Ñato dio origen, sin embargo, a que el famoso canta-autor campesino Santiago «Pan de Rosa» Páiz Carvajal, originario de la comarca del Terrero, Malpaisillo, le hiciera una canción, que avivó más la leyenda hace unos 18 años.

“Pan de Rosa” lo inmortalizó

Se afirma que «Pan de Rosa» anduvo ocasionalmente con Pancho Ñato, en labores de «echarse algunos traguitos» en cantinas campesinas del Terrero y Malpaisillo, afirmación poco creíble porque Santiago Páiz Carvajal era relativamente joven cuando murió después del triunfo de la Revolución Sandinista.

Sin embargo, uno de sus acompañantes del Terrero fue Daniel Saldaña, quien confiesa que anduvo “de mujeriego” junto al célebre “Pancho Ñato” Juárez Mendoza-

«Pan de Rosa» destaca en su canción que Pancho Ñato era  un hombre rápido con su revólver, generoso y huidizo como un animal silvestre.

Campesinos de San Jacinto guardan esta canción en un repertorio de «Pan de Rosa», grabado en cassette. «Pan de Rosa» Páiz Carvajal   se llevó la gloria de haberle cantado a la Alfabetización, realizada por la Revolución Popular Sandinista.

Leyla María tiene seis hijos: Juana del Carmen, Ayra María,  Johana, Ubert José, Careli y Heberto.

Leyla María se apellida Donaire, el apellido de su madre, Angelina, quien no quiso que llevara el «Juárez» de Pancho Ñato por temor a las represalias somocistas genocidas en aquellos días posteriores a la matanza en León.

«Yo me siento orgullosa de ser hija de Pancho Ñato. Era un hombre valiente, audaz, leal, protector de humildes y eso me agrada mucho», asegura Leyla María Donaire  al valorar a su padre.

«No pude conocerlo y lo lamento. Ha habido ocasiones en  que alguna gente estúpida me dice que lo mataron porque era ladrón. Yo respondo, que por el contrario, lo asesinaron a él y a muchos otros por razones más políticas que delictivas», sostiene

Leyla María Donaire Juárez.

Leyla lava y plancha en León, para sobrevivir.

Una de sus hijas vive a la orilla de los Hervideros de San Jacinto

Vive con sus hijos en una casita humilde casi al borde de los famosos Hervideros de San Jacinto, donde su madre conoció a Pancho Ñato. Leyla María viaja todas las semanas para trabajar como doméstica en León.

Lava ropa ajena, plancha y realiza otras faenas domésticas, para poder ganarse unos cuantos centavos, con el fin de sostener la comida de sus hijos.

Juana del Carmen, la mayor, se encarga de cuidar a sus hermanos y a sus hijos, que son los bisnietos de Pancho Ñato.

Juana del Carmen se afana también en trabajar fuera de la casita, para ayudarle a su madre. La vida para todos los  herederos de Pancho Ñato no ha sido agradable, ha sido muy difícil.

Angelina Donaire vive en una casita de palmas ya podridas, en peores condiciones que Leyla María y sus hijos.

¿Dónde está  la tumba de Pancho Ñato? Le ocurrió lo mismo que a otros miles asesinados por los infernales guardias somocistas genocidas?, los cuales nunca revelaron donde quedaron sepultados sus  cadáveres o restos.

¿O es que realmente está  Pancho Ñato vivo o muerto en Honduras?

Otro famoso personaje de estas comarquitas de León fue Juan Santos Urbina, quien fue asesinado por el archi criminal Toribio «Pipilacha» Obando, uno de los «orejas» somocistas genocidas más crueles, sanguinarios y asesinos feroces de León.

Junan Santos Urbina murió joven, de unos 29 años. Se afirma que la guardia lo acusó de ajusticiar a varios finqueros que daban mal trato a los obreros agrícolas en los algodonales de estas  comarcas leonesas, en la misma época de Pancho Ñato.

«Pancho Ñato era un hombre simpático, alto, fuerte, pelo amarillo y de ojos negros», recuerda Doña Isabel Baca Valdivia (de 90 años al año 1999).

Se cuenta la anécdota de que Juan Santos Urbina intentó suicidarse con una cuchilla de afeitar en el comando de la guardia genocida en León, donde lo tenían capturado en una ocasión por la acusación mencionada.

Los guardias somocistas genocidas lo dejaron desangrar en un rincón del comando GN de asesinos, hasta que lo creyeron muerto. Esto permitió a sus familiares llevárselo a la Comarca Cuatro Esquinas, donde se recuperó a punta de curaciones domésticas campesinas.

Después de este incidente, Juan Santos Urbina sostuvo un enfrentamiento a tiros exitoso con guardias genocidas en La Ceibita, un sitio famoso de las cercanías de la comunidad de Lechecuagos.

Un poco después de asesinado Pancho Ñato,  en el Fortín de Acosasco, «Pipilacha» Obando, célebre asesino somocista, agente de la Oficina de Seguridad de Somoza, le tendió una emboscada a Juan Santos Urbina, para matarlo en su propia casa comarcal.

Se afirma que Urbina, mientras dormía plácidamente en una hamaca, recibió en el cuerpo no menos de 50 balazos disparados por varios matones del comando genocida de León, encabezados por «Pipilacha», uno de los más tenebrosos criminales de la dictadura somocista genocida.

Mataron a Juan Santos Urbina, pero su leyenda también, de algún modo, sigue viva en estas comarquitas periféricas de León. Septiembre de 1999.

Este libro terminé de escribirlo en septiembre 1999.

Acerca de Pablo Emilio Barreto Pérez

Pablo Emilio Barreto Pérez es: *Orden Independencia Cultural Rubén Darío, *Orden Servidor de la Comunidad e Hijo Dilecto de Managua.
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Una respuesta a Pancho Ñato, Pancho Ñato, Pancho Ñato, personaje mítico de las leyendas de la Ciudad de León y sus alrededores

  1. Blanca cosme dijo:

    BUENO LO Q YO SE ES UNA HISTORIA PARECIDA Q ME CONTAVA MI MADRE HERMANA DE FRANCISCO JUAREZ PERO NO ES IGUAL PERO TIENE COMO 80% REAL

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